La experiencia de haber estado antes en un lugar al que llegamos por primera vez es muy común. Como también lo es el convencimiento de reconocer y haber visto con antelación a una persona que acabamos de ver. Es un fenómeno psicológico que denominamos como déjà vu. Salvo a quienes lo utilizan, conscientemente, para justificar un primer acercamiento de pareja con pretensiones sexuales, lo habitual es que suscite sorpresa y hasta cierto temor. Es inevitable que lo llamativo de este hecho justifique lo ocurrido como un fenómeno sobrenatural que se mueve entre la telepatía y la precognición. Por lo que podemos pensar que, con un poco de entrenamiento, es posible adivinar el gordo de la lotería con la misma antelación con que se inauguran las luces navideñas en noviembre. Otros recurren al mundo onírico para explicar que un sueño premonitorio ha hecho posible que ahora resulte conocido lo novedoso.

Todo esto engloba la traducción de esa expresión francesa que significa «ya visto». La explicación científica de esta fascinante experiencia es conocida desde hace tiempo. Otra cosa es que al tener menos encanto la realidad que la ficción, preferimos creer y contar una bonita historia antes que comprobar y conocer una verdad. En cualquier situación de nuestra vida diaria recibimos multitud de estímulos. Pero como es imposible responder a todos a la vez, el cerebro procesa la información que nos llega por nuestros sentidos con un cierto orden. Por ejemplo si vemos a una persona que nos interesa mucho, en un acto social, le atendemos con dedicación. Pero el resto de personas, conocidas previamente o no, ya estaban allí en ese mismo momento a nuestro alrededor. Sus imágenes han estimulado nuestros ojos ya que las hemos visto pero no las hemos percibido. Cuando giramos la atención a cualquier otra persona de esa reunión cobramos consciencia de su existencia, pero para ese momento ya estaba su imagen no procesada dentro de nuestra mente. Para nosotros es una novedad. Para nuestro cerebro no. Se ha producido un déjà vu.

En política es muy habitual que multitud de situaciones las percibamos como ya vistas o vividas con anterioridad. Y sin embargo pueden aparentar novedad. Este fin de semana está siendo ratificado el acuerdo de gobierno entre el PSOE y Unidas Podemos en la votación de sus respectivas bases. Pero las reacciones que vienen del pasado ya las recordábamos, incluso antes de producirse. Porque en realidad ya estaban ahí. Nunca se fueron. Las declaraciones de Felipe González y Guerra, contra el pacto, rezuman bilis política. Sus diatribas se unen a la del resto de grupos bip (banca, Iglesia y patronal) que quieren salvarnos a los demás a base de salvarse ellos mismos. Esta respuesta ya la habíamos vivido en multitud de ocasiones. Hay algo mucho más cruel para las personas que el paso del tiempo. El paso de su tiempo. Sobre todo de quienes piensan que forman parte de la Historia y quieren escribir sus historias en las páginas que ya no les pertenecen.

El presidente de la Conferencia Episcopal, el cardenal Ricardo Blázquez, advierte a la izquierda acorde del riesgo de caer en la tentación del caos. Es curioso cómo el bloqueo institucional, con ausencia de gobierno, forma parte de la bóveda divina mientras que el consenso para constituir el Ejecutivo es un abrazo satánico. No sabemos si este pacto será pecado, pero dicho así tiene su morbo. Ante las preocupaciones del purpurado lo mejor será responderle siguiendo el consejo que escribió Oscar Wilde en El retrato de Dorian Grey: «La única manera de librarse de la tentación es caer en ella». De eso saben mucho los curas. La jerarquía católica ha encontrado más sintonía con el desalojo de Evo Morales en Bolivia. ¿Cómo oponerse a alguien que entra, Biblia en ristre, a gobernar? Sin duda deben considerar el Viejo Testamento como el mejor Código Penal. Eso sí, la izquierda ha hablado, a través de Bernie Sanders desde Estados Unidos, donde saben bastante de intervenciones, calificando lo ocurrido como un «golpe de Estado».

Hemos pasado en Sudamérica de la teología de la liberación al evangelismo ultra conservador. Y es que la teoría de la evolución tiene sus mutaciones y hasta algunas etapas de retroceso. Bien lo sabe Charles Darwin que, tal día como hoy hace 160 años, veía publicada su obra sobre El origen de las especies. Eso sí que fue una buena tentación para la ciencia y un mal día para la fe. Gracias a sus investigaciones sabemos que los humanos somos consecuencia de la evolución por medio de la selección natural y no producto de un acto mágico de un supuesto ser omnipotente. Para darle más realce a la fecha, otro 24 de noviembre, esta vez de 1974, se descubrió en Etiopía a Lucy, el esqueleto de un homínido que nos precedió hace tres millones de años. Quizás la primera hembra de los humanos que parió con dolor. En realidad era mucho más humana que algunos bip. H *Psicólogo y escritor