Philippe Rickwaert , ese líder ficticio superviviente de las intrigas Partido Socialista francés que protagoniza la serie Baron Noir , pero que es reconocible en protagonistas pasados de la política patria, en uno de sus brillantes diálogos con el presidente de su partido le advierte: «cuando la gente vive separada, construye mentalidades separadas, y cuando hay mentalidades separadas se produce una lógica muy humana, la de la confrontación».

No sé establecer que ha sido antes si nuestra militancia en el individualismo, tentados por los placeres del hedonismo o la influencia de las élites políticas en generar enfrentamiento. Por ellas mismas, sin un caldo de cultivo previo, hubieran sido incapaces de encanallar la vida política hasta este punto. Ahora, en los partidos prevalecen las actuaciones reactivas a los estados de ánimo colectivos, a los sondeos internos, que las acciones propositivas, arriesgadas y con espíritu de transformación. Más allá de quién fue antes, lo cierto es que la dinámica de separación ha conseguido instalarse de una manera persistente, inmune a tiempos tan necesitados de solidaridad como éstos.

Administraciones autonómicas que acusan a la estatal, entes locales enfrentados a gobiernos regionales, límites territoriales de actuación que se defienden como si estuviéramos ante una invasión napoleónica, y que en el fondo son más fachada que actuación real de sus políticas y sus trabajadores públicos.

Empleados del sector privado denunciando los privilegios de los funcionarios, guerras culturales que se libran en twitter y las lágrimas de los ofendidos. El listado de agravios es el arma arrojadiza de nuestros líderes políticos para no defender su encomienda constitucional. Que si con estos no hablamos y no renovaremos nada hasta que no desaparezcan del Gobierno, que si elige o con papá o con mamá como demanda ERC cada vez que se siente a hablar con el presidente Sánchez porque se juega a la exclusión y no al encuentro.

Rickwaert le advertía a un diputado nacional del momento populista, del mar de fondo, del tsunami. Y uno no encara una ola gigante que se acerca, se le acompaña suavemente personificando la transgresión, el radicalismo. Porque si las cuestiones partidistas, de religión u origen importan más que la cuestión social es que viene la guerra. Cuatro millones de personas en paro, ochocientas mil acogidas a un ERTE, y con las economías de las comunidades más dependientes del turismo sin margen de maniobra y devastadas. Estas deben ser las cifras para la reacción. H