El mundo es un texto que no solo admite sino que exige múltiples lecturas e interpretaciones incómodas, amables, despiadadas, próximas, lejanas… inevitables en todo caso. Que no va a haber unanimidad en el sentido de las interpretaciones es un hecho cierto ratificado por el pasado y el presente. Además de no ser posible tal coincidencia no resultaría ni siquiera deseable porque nos llevaría a anular la libertad y negar cuanto de complejo tiene la naturaleza y condición humana. Más que de nuestras circunstancias creo que somos hijos de nuestras contradicciones en las que asoman tanto nuestras circunstancias como nuestras aspiraciones, anhelos, temores… lo cual sería extensible, aunque no miméticamente, a la existencia colectiva.

Cada sociedad, cada cultura alberga sus propias contradicciones de manera que las decisiones adoptadas son el resultado, no siempre coherente, de la victoria de unas ideas y postulados frente a otros que también habían hallado acomodo en el grupo. Ello no es únicamente aplicable en democracia sino en cualesquiera formas de gobierno y etapas históricas. Las fuerzas que acaparan y guían el poder no son unívocas ni carentes de contrasentidos; bien al contrario, cada una de ellas es, a su vez, el producto vencedor de desacuerdos y discrepancias internas. Son esas fuerzas las que después compiten entre sí por alcanzar la máxima influencia posible en política para que sus ideas, intereses y argumentos sean los más victoriosos de entre todos los que entra en liza. Que Gobierno y oposición sean fuerzas opuestas con lecturas e interpretaciones no solo diferentes sino en ocasiones antagónicas no quita para que sí nos extrañe que no sean capaces de llegar a ser fuerzas dialécticas, o que partiendo de posiciones distantes o contrapuestas no sean capaces de alcanzar la síntesis que todo proceso social requiere.

Hay dos ideas que me vienen a la mente. La una tiene que ver con la sensación de que, en general, pero más en unos países que en otros, la política victoriosa es una política de prêt à porter, como dirían los franceses, o de take away para los anglosajones. Una política donde son los patrones, esto es, los modelos elaborados con anterioridad los que sirven de muestra para confeccionar prendas en serie o, en el caso de la política, respuestas y soluciones. Los caminos trillados conducen siempre al mismo lugar y no creo que hoy sea lo necesario. La otra no es una idea propia sino de Simone Weil, esa controvertida y sugerente pensadora francesa y que dice que toda victoria encierra en sí misma el germen de una derrota posible. De donde se infiere que ni siquiera las victorias están libres de contrariedad ni son para siempre. Tal vez convenga recordar a los vencedores de hoy que ni lo son tanto ni tal vez lo sean mañana. H *Profesora de universidad