Hollywood nos regala de vez en cuando un recordatorio de la política norteamericana en forma de película supuestamente crítica, aunque siempre, en su trasfondo, edulcorada.

En esta ocasión, le ha tocado el turno a la peripecia de Gary Hart, aquel candidato demócrata que a finales de los años ochenta estuvo a punto de llegar a ser presidente de los Estados Unidos de América, pero que tuvo que retirarse por un lío de faldas.

El argumento de El candidato, dirigida por Jason Reitman y protagonizada por Hugh Jackman invita a hacer residir la tensión argumental no en la lucha entre partidos (demócratas y republicanos en este caso), sino en las relaciones entre los miembros de la campaña del senador Hurt y los corresponsales de los principales medios de comunicación, que siguen al front runner por todo el país.

En ese clima de viaje de estudios, conviviendo unos y otros en autobuses, hoteles y aviones, la sospecha de que Hart, adalid de una nueva manera de entender la política, está siendo infiel a su mujer con una chica a la que acaba de conocer en Miami hace sonar todas las alarmas.

Por un lado, los periódicos se plantean la duda de publicar o no una noticia que, sin estar por completo contrastada, puede hacer un daño irreversible no sólo a la campaña, a las aspiraciones de Hart, sino a su vida familiar.

Por otro, se pone sobre la mesa la reflexión moral de si Hart es honesto, fiable, sincero, si lo va a ser en el futuro como ocupante de la presidencia, o si es un mentiroso crónico que engaña a todo el mundo y, en primer lugar, a su mujer.

A pesar de las evidencias que apuntan al adulterio, Hart tratará de resistir la presión mediática alegando que la información política debería estar al margen de la vida privada.

No lo consiguió. Para salvar su matrimonio, hubo de claudicar y retirarse a tiempo, sin regresar en adelante a la política activa.

Desde entonces, las cosas no han mejorado mucho. Clinton tuvo que confesar prácticas sexuales en la Casa Blanca y Donald Trump silenciar con dinero a una de sus antiguas amantes.

Política USA: entre la ética y el show.