Respecto a la investidura de Sánchez, seguimos exactamente igual, si no peor, a como estábamos en el anterior artículo, hace dos semanas. Por lo tanto, vamos a dejar trabajar a Sánchez y a sus socios para configurar su gobierno, y nosotros seguiremos reflexionando sobre el futuro político de la izquierda.

Decía en mi artículo anterior que la socialdemocracia (SD) se ha quedado sin señas de identidad, fundamentalmente porque su criatura más importante, el Estado de bienestar, ha impregnado la política europea en gran manera, incluyendo muchas de las políticas ejercidas por la derecha, pues las grandes conquistas del citado Estado de bienestar (sanidad, educación, dependencia) son básicamente irreversibles, a pesar de algunos intentos por privatizarlas. Son conquistas tan arraigadas que la sociedad en pleno se movilizaría por ellas.

Pero 1989 (desaparición del Muro de Berlín y de la URSS) supuso que el capitalismo quedaba en solitario como principal gestor del planeta. Esto supuso la globalización y la financiarización de las relaciones económico-políticas en todo el planeta. Nada escapa al nuevo Leviatán. Por lo que la izquierda debe aprender a moverse en este nuevo paradigma con una estrategia a corto, medio y largo plazo. Desde esta perspectiva, la importancia de la investidura de Sánchez se reduce y se relativiza muchísimo. En ella no nos estamos jugando algo trascendente sino algo puramente anecdótico.

La aparición del populismo de izquierdas con ocasión del nuevo paradigma empezó fuerte con sus nuevos conceptos élite/ciudadanos, en sustitución de derecha/izquierda. Sin embargo, pronto decayó y volvió a lo tradicional. La SD volvía a ser el único referente teórico. Podemos ya ha vuelto al sistema, porque el sistema electoral ahora premia la política de bloques en vez de a los grandes partidos; y en un bloque siempre caben los pobres.

La nueva izquierda debe saber integrarse en el sistema de democracia representativa y saber esperar el momento oportuno para hacer visibles sus nuevos valores. Para ello debe manejar y fusionar los nuevos conceptos transformadores: compromiso social, gestión institucional, ecologismo, feminismo, transparencia y Europa. Sin urgencias electorales, con coherencia y con honestidad intelectual. Generalmente, las urgencias electorales suelen ser de tipo personal y coyuntural, más que colectivo y estructural.

Para hacer esto posible, Europa puede ser el mejor campo de maniobras, donde el nuevo modelo organizativo, con la coordinación de las fuerzas progresistas, se vaya instalando a través de progresivas e irreversibles reformas. En esta tarea se necesitan grandes plataformas o alianzas que no jueguen a intereses nacionalistas o minoritarios. Necesitamos una Europa fuerte, unida y progresista. A pesar del brexit, de Trump, de Polonia, de Hungría y de otros. Paradójicamente, la salida de Reino Unido podría convertirse en una oportunidad para trabajar y madurar la nueva Europa: democrática, social, participativa y solidaria. Porque la SD es un invento europeo. En Europa ha existido el único socialismo posible y relativo, como lo es todo en política. No olvidemos que tanto el marxismo como el liberalismo son productos intelectuales de la filosofía inglesa (Locke), y la gran tragedia ha sido el desarrollo de ambas concepciones en términos y desarrollos contrapuestos. Ni la URSS ni Cuba ni China ni ciertos progresismos latinoamericanos han practicado el socialismo, sino que han sido intentos, posiblemente bienintencionados, pero exacerbados y erróneos. Sin libertad ni mercado no hay civilización contemporánea posible. El socialismo y el liberalismo (no así lo que entendemos por neoliberalismo) pueden coexistir y configurar un mundo más justo y viable.

De alguna manera, en la reciente cumbre climática celebrada en Madrid, algo de esto se ha podido vislumbrar. A pesar del relativo fracaso, hay que insistir en los grandes objetivos. El actual modo de producción no es ni socialista ni capitalista, sino global. Y esto, más que un modelo de producción, es un tipo de civilización. Y una civilización nueva, en primer lugar, hay que comprenderla para, comprendiendo sus mecanismos funcionales, poder transformarla. Porque los cambios profundos necesitan de estrategias profundas y duraderas, no de pequeños parches momentáneos.

¿Qué significa Cataluña en todo este panorama descrito? Nada, absolutamente nada. España y Europa son nuestros ámbitos. Y aún estos son pequeñas islas en el océano. España y Europa también son el ámbito de los españoles-catalanes y de los españoles-vascos. Y si no lo entienden, ya lo entenderán. No nos deprimamos ni nos angustiemos, que el horizonte es mucho más amplio.

*Profesor de Filosofía