No lea este artículo. Todavía. Quiero que mire atentamente el dibujo que acompaña el texto. ¿Puede decirme si observa, a simple vista, mucha diferencia entre los lados cortos y largos de ambas mesas? ¿Tiene dudas? ¿No se fía de mí? Tranquilo.

Yo no le voy a engañar. Pero su cerebro sí. Puede coger una pequeña regla y comprobar la longitud real de los laterales de ambas mesas. ¿Sorprendido? Las ilusiones ópticas producen fenómenos similares. Nada nuevo. ¿Pero qué me diría si está usted hablando con una persona y escucha que le ha dicho algo que no ha expresado con su voz?

Posiblemente dirá que ha sido un malentendido. Aunque está tan convencido de lo que escuchó, que solo cede por evitar una discusión. La cosa se complica si está testificando para que alguien entre o no en la cárcel, si corrobora lo que dijo el presunto delincuente. Creemos que nuestros sentidos funcionan de manera independiente y muy sensata. Pero la realidad es que trabajan de forma coordinada bajo la batuta del director cerebral de la orquesta.

Es algo tan real como sorprendente. Lo señala el llamado efecto McGurk. Es un fenómeno perceptivo que demuestra una interacción entre lo que miramos y lo que escuchamos en la percepción del habla. Así el movimiento que vemos de los labios de las personas afecta directamente a la forma en que oímos las palabras que emiten. Hasta tal punto que podemos afirmar que hemos escuchado algo diferente de lo que realmente ha dicho una persona.

El cerebro mezcla la información visual de la boca a la que mira, con el sonido que procesa. Lo hace formando una mezcla que puede no responder, con exactitud, ni a lo que leemos de sus labios, ni a lo que llega a través de nuestros oídos, dando lugar a una información que difiere de las dos anteriores. Esta mezcolanza sensorial también ocurre con otros sentidos entre sí. Nos duele más una inyección si miramos antes la aguja y el sonido de una bebida espumosa hace que mejore su degustación.

Los conflictos de sentidos son habituales en política. A la confusión entre lo que vemos y escuchamos hay que sumar las orejeras cerebrales para entender solo lo que queremos. Los malentendidos se legitiman, porque todo se somete a los propios fines, sean de partido o individuales.

El rumor se asienta y se construye la fama de un personaje, habitualmente negativa, para que forme parte ineludible de la personalidad a la que se quiere destruir. Lo decía, con benevolencia, el poeta austrohúngaro Rainer Maria Rilke: «La fama es la suma de malentendidos que se reúnen alrededor de una persona». Esta semana, el pleno del Congreso ha iniciado la aprobación de la ley de eutanasia. Ha sido oír esta palabra y las derechas huelen a crematorio nazi de abuelos. Ya les pasó con el divorcio, que confundían con sueños húmedos de orgías. Con el aborto, que les hacía volar camino de Londres. Y con el matrimonio entre parejas del mismo sexo, que les suscita una represión hipócrita, tan falsa como sus creencias. En estos debates se ve la diferencia entre progresistas y conservadores.

La derecha quiere controlar las creencias de la gente, y con ellas a las personas, para fortalecer sus negocios privados. La izquierda prefiere impulsar lo público para mejorar la vida de los ciudadanos. Mientras la derecha española pretenda imponernos a todos sus convicciones, para impedirnos la libertad de usar o no un derecho, no tendremos una derecha europea.

Parece mentira que tengamos que poner a Merkel de ejemplo para que Casado siga su estela y deje de apoyarse y transfigurarse cada día en ultraderecha benedictina.

En Aragón también hemos visto esta semana contradicciones sentimentales. En CHA hacen oídos soros al revuelo tras su congreso. Damos la bienvenida al nuevo responsable, Joaquín Palacín, que se ha cruzado en la puerta de salida con Ángela Labordeta.

En Podemos, la mezcla de genes de oposición, resultados electorales y gobierno, suscita sarpullidos críticos que Itxaso Cabrera y Erika Sanz quieren contagiar a Nacho Escartín para que pase por la consulta de la organización.

Y sentimientos encontrados tuvo Lambán para recibir a la nueva delegada del Gobierno. La cariñosa despedida a su antecesora era, en realidad, el recibimiento a Pilar Alegría. Tanto estuvo tuinteando el presidente con el nombramiento que, al final, la tuiteó porque era suya. Felicitar a otra persona utilizando dos veces «mi» y hablando más de uno mismo que de la felicitada, dice mucho de la tensión política no resuelta en el PSOE aragonés.

En política, como en la vida, no hay consortes, delfinas ni números dos. Hay personas que tienen derecho a elegir, equivocarse, cambiar y evolucionar. La política forma parte de la vida, pero la vida debe estar por encima de la política. Tanto malentendido de comedia solo puede deberse a que todos quieren felicitar hoy su cumpleaños al zaragozano Fernando Esteso. ¿Para cuándo su medalla el 23 de abril?

*Psicólogo y escritor