Estoy aturdido. Un poco agobiado de filtrar tanta información como nos ha provocado la muerte del expresidente Adolfo Suárez. No recuerdo otro suceso español que haya fomentado tal cantidad de palabras. Y como no todas contribuyen a definir la personalidad de este hombre, por eso la exigencia de poner serenidad entre medio para separar la paja del grano.

Todo el mundo ha hablado y todo el mundo ha hablado bien, lo que no coincide con los documentales que sobre su vida política se han difundido. Algo no encaja; no encaja que algunos nombres que en su día acosaron políticamente al que fuera presidente (incluso personas de su propio partido) presuman ahora de adivinar "que iba a ser un gran presidente" o directamente lo tachen "de un gran hombre de estado". No lo entiendo.

Tengo edad como para haber conocido el caldo en que se movió España en la transición. Y sé que este hombre siempre sufrió algo que señala alguien en la radio (no recuerdo el nombre, es imposible): "Fue despreciado porque no tenía biografía, no tenía lecturas; es más, fue acosado porque otros se creían con más derecho a gobernar". En ese sentido sí recuerdo aquella terrorífica frase de "Qué error, qué inmenso error", cuando fue elegido por el Rey. Este trance ha servido al menos para poner en la palestra en todo su vigor, el ensayo que necesitamos sobre la transición. Hay que hacerlo. Hay que reflejar claramente lo que supuso para España aquel proceso endiablado. Y en efecto, en ese episodio, Adolfo Suárez debe ocupar un lugar destacado.