Algunos líderes no han entendido que la política gira alrededor de la gente y no de sí mismos.

Esta frase del genial Quino, que adapto al objetivo de este artículo, convierte a su protagonista, Mafalda, en la mejor analista de los acuerdos institucionales tras las elecciones. La carrera por llegar a la meta de las urnas ha sido agotadora. Y la de subir al podio del poder no resulta especialmente interesante para los votantes. Los jueces vigilaban con mimo el recorrido de la carrera para que no hubiera juego sucio.

Ahora, una vez traspasada la cinta de llegada, el camino para recoger los trofeos se ha convertido en una jungla en la que, ni desde las gradas ni desde la organización, se puede intervenir. Todo por la vara, es el nuevo lema que nos persigue hasta el verano. La Moncloa, los gobiernos autonómicos, diputaciones y ayuntamientos, sufren y viven, con desigual interés, entradas triunfales y asaltos arácnidos desde el balcón.

Todos son igualmente legítimos, aunque la deportividad es un valor que se echa de menos. En muchas administraciones, VOX se ha convertido en el cuñado institucional de la derecha. Sigue siendo visto como impresentable por sus parientes de sangre, pero ahora ya tiene coz y voto en las reuniones plenarias. Le han cedido, no sólo su agenda de contenido, sino capacidad de gestión y gobierno.

Hoy, los de Abascal y su fascismo-colonismo, son imprescindibles para sumar con las derechas, ganar a las izquierdas y gestionar buena parte de ayuntamientos y comunidades autónomas. Ya somos europeos. Aunque la península ibérica sigue dando gusto verla en comparación con otros vecinos del Mediterráneo.

Han llegado a las instituciones acusando a sus primos de bloque (ideológico) de ser una derecha acomplejada y cobarde. Esa ha sido una de las palabras más usadas en los últimos meses, como confrontación, entre el propio trío de Colón.

Los complejos forman parte de la literatura psicológica, pero no tienen una solidez ni constatación científica. Es un término que proviene del psicoanálisis y que, como muchos otros temas de ese ámbito, ha gozado de tanto éxito divulgativo como de poca consistencia. Pero nos es útil como ejercicio creativo y descriptivo de la realidad que vivimos. Incluso divertido. Las acusaciones de estar «acomplejados» se han repetido entre las formaciones conservadoras.

Llega ahora el momento de concretar las mismas, en la traumatizada mente de sus protagonistas. Si Freud tendiera en su diván los respectivos egos de cada liderazgo político, podría llegar a conclusiones muy interesantes. Vería cómo Rivera, desde Ciudadanos, es la encarnación del perfecto complejo de Edipo. Es decir, ha decidido matar al padre conservador antes que mantener una relación incestuosa con su madre liberal.

Por su parte, Pablo Iglesias está, en Podemos, preso del complejo de Mesías. Aquí el sujeto se cree destinado a ser un salvador, sea local o, incluso, de toda la humanidad.

Pedro Sánchez, actual presidente en funciones, se identificaría con el «complejo de Dios». Expresa esa confianza inquebrantable en su propia habilidad personal, privilegio o infalibilidad que sólo posee un ser omnipotente.

Pablo Casado ha transmitido al PP su complejo de castración. Teme perder su «falo» popular y verse impotente ante su electorado. Es la consecuencia a la que le ha llevado la corrupción, ebria de onanismo, que tanto placer le ha dado, pero que tanta culpa le ha supuesto.

Abascal es el vivo ejemplo de un complejo de Aquiles. Son personas que ocultan sus propias debilidades bajo la apariencia de invulnerabilidad o heroísmo. Pero cuando los aprendices de este héroe de la mitología griega, se sumergen en la laguna de la Estigia política, dejan al descubierto aquellas partes de su cuerpo mediante las que son agarrados para disfrutar del baño mágico. Sus debilidades aparecen entonces en todo su esplendor, y son muy evidentes.

Como ven, tanto Freud como Jung se lo pasarían muy bien psicoanalizando a nuestros políticos. Vamos, que los supuestos complejos dan mucho de sí, para todo y para todos. Aunque para ser más exactos, nos falta analizar un último complejo que quizás nos afecte al conjunto de la sociedad. Me refiero al síndrome de Peter Pan. Un término que acuñó el psicólogo norteamericano Dan Kiley y que se popularizó en 1983, cuando publicó un libro con dicho título.

Describe un problema muy común, que va más allá de las personas. El miedo a crecer y a socializarse es un temor muy extendido de nuestro entorno. Tras ese vértigo a convertirse en adultos, subyace una falsa idealización de la juventud que esconde un profundo miedo a la soledad. Se conciben individuos y grupos sociales inmaduros, inseguros y con muy baja autoestima. El compromiso es mínimo y su egocentrismo máximo. Con muy poca tolerancia a la frustración.

Esta descripción les recordará al personaje de Sheldon, en la serie Big Bang, quien representa, mejor que nadie, la antítesis de lo que es la empatía. Será por eso que al finalizar las sesiones de investidura haya tantos Edipos acordándose de la madre de la persona elegida. <b>

* Psicólogo y escritor</b>