El último capítulo del año comienza a escribirse con la sensación de que ha sido un 2019 excesivo en lo político. Sin embargo, será recordado como una de las etapas más estériles para aquellos a quienes debe servir la política: los ciudadanos. Dos elecciones generales, unas autonómicas y municipales y unos comicios europeos en un lapso de apenas seis meses arrojan un balance desolador para quienes confiaban en que el foco se pondría, por fin, en lo verdaderamente relevante, la vida de las personas. En cómo viven, qué necesitan, cuáles son sus preocupaciones y expectativas.

De nuevo, la testaruda realidad demuestra que estábamos equivocados. Que en los últimos años la política no ha servido para casi nada. Más bien al contrario. La tensión ha subido de forma exponencial mientras las soluciones iniciaban su exilio a ninguna parte. Decía Groucho Marx que «la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados». Es la definición de un cómico, pero se ajusta a la realidad de lo vivido este año.

Todo lo que de verdad es importante parece haber quedado relegado a un segundo plano, eclipsado por la política espectáculo, que ha llegado para quedarse. El futuro de las pensiones y del Estado de bienestar, el acceso a la vivienda, la precariedad del mercado laboral, la política tributaria, la financiación autonómica, la competitividad de las empresas...¡Qué carajo importa!

Ahora lo que vende es la frase más mediática, el tuit más ácido, la declaración de prime time o el zasca más comentado. Todo ello comienza a impregnar el día a día de los políticos. Una moda a la que también se suman los de Aragón. Y si eso no es suficiente planteamos cuestiones que desvíen la atención.

El alcalde de Zaragoza, Jorge Azcón, una vez que ha entrado en faena, no pierde ocasión para añadir a la agenda política cuestiones más vinculadas al escaparatismo que a la resolución de problemas cotidianos. Ya lo hizo hace unos meses poniendo encima de la mesa el debate sobre la reforma de la Romareda y ha repetido, esta pasada semana, con la resurrección de otro proyecto casi olvidado, la segunda parada del AVE.

¿Conocen alguna ciudad cuyo equipo esté en segunda división que plantee una inversión millonaria en su estadio de fútbol? ¿Hay alguna capital en España que tenga dos paradas del AVE? Se me ocurren varias inversiones más acuciantes para Zaragoza que cualquiera de esas dos, empezando por una segunda línea del tranvía que vertebre a la ciudad. Pero a Azcón no le gusta pasar desapercibido.

Lambán tampoco deja pasar la oportunidad para recordar que está ahí. Con un Ejecutivo bastante bien engrasado, a pesar de que lo integran cuatro partidos, y un par de golpes de efecto (entre ellos la llegada de Amazon), el presidente no puede evitar entrar en su particular cruzada contra los independentistas catalanes. «Para exaltar la sardana o a la Virgen de Montserrat no era necesario que una comunidad se declare nación», afirmó hace apenas una semana. Sin embargo, desperdició el traspaso de la presidencia de la Comunidad de Trabajo de la Pirineos a Cataluña para soltar una frase de telediario. Extraño.

Mientras, en el escenario nacional, el 2019 dibuja un panorama convulso, en el que los independentistas por un lado y los ultraderechistas por otro están condicionando, no solo el rumbo de la política nacional sino también el de la autonómica. El año ha traído consigo la atomización del Congreso de los Diputados y más crispación a cuenta de cualquier cosa.

Sin embargo, (casi) todas estas piedras en el camino se hubieran evitado si se hubiera hecho política con mayúsculas, esa que está alejada de la frase impactante y antepone el bienestar de las personas. Ya es tarde. Solo queda cruzar los dedos, y esperar que Groucho Marx no acabe teniendo razón.