En la política española se ha instalado un diálogo de sordos (o de besugos, salva sea la parte gastronómica de tan sabroso pescado). Los actuales dirigentes políticos, cada día más desafectos con los ciudadanos, se limitan a lanzar proclamas simplonas, sacadas del «manual del candidato», sobre temas que deberían estar superados en un país decente. Así, la nueva ultraderecha, renacida del pasado más rancio, enarbola como banderín de enganche de nostálgicos franquistas y de desencantados despistados la derogación de la Ley de Memoria Histórica, la liquidación de la Ley de Violencia de Género, los toros, las procesiones, la «Reconquista», la expulsión de emigrantes, y España como «unidad de destino en lo universal».

Sin el menor sentido del humor, los actuales dirigentes políticos, que sólo se ponen de acuerdo para defender sus propios intereses, se soliviantan cuando un humorista los convierte en objeto de chiste, sobre todo si es humor negro.

Así, los socialistas han puesto el grito en el cielo por la difusión que el PP hizo en sus redes sociales de una carta en la que el hijo de un humorista les recordaba a los Reyes Magos que este pasado año pasado se habían muerto varios de sus personajes predilectos y señalaba a Pedro Sánchez como «su presidente favorito». Los del PP, tras lamentar su error, recordaron a los del PSOE que en un acto de las Juventudes Socialistas de Alicante un grupo de militantes se había hecho una foto junto a una guillotina con un cabeza de cartón con el rostro de Mariano Rajoy; y que el propio Pedro Sánchez justificó, en alusión a la libertad de expresión, que el rapero Valtonic escribiera una canción en la que uno de sus versos habla de «explotar un autobús del PP con nitroglicerina».

De modo que cada partido ve con distintos ojos este tipo de chistes y a estos chistosos, según se trate de vejar a uno de los suyos o a un oponente político.

El humor y la muerte siempre han ido de la mano, y los humoristas han creado todo un género al respecto. Recuerden las viñetas de los geniales Chumy Chúmez y Antonio Mingote. Reírse de la muerte suele ser un sano ejercicio de humor, pero reírse de los muertos, o desearle la muerte a alguien, no deja de ser un ejercicio de mal gusto e, incluso, un presunto delito.

Claro que siempre aparece algún «patriota», como el secretario general de Vox, que llegó a decir que el franquismo «fusiló sin odio, con amor». Debe de ser toda una suerte que te peguen un tiro con tanto cariño, aunque ya no lo puedas contar.

*Escritor e historiador