Ellos todavía no se han dado cuenta, pero ya nadie los mira y menos los escucha. Las declaraciones cruzadas, las ruedas de prensa-mitin, los pactos de dos a dos que suman tres son un sonido de fondo como la música ambiental de los ascensores del que nadie conoce el autor.

Han conseguido llevarnos hasta el hastío total, de tal manera que ver a Ortega Smith indignándose por cualquier cosa lo único que consigue es levantarme una ligera sonrisa. Cuando pronostican sobre los plazos de la investidura de Pedro Sánchez y las acusaciones entre los posibles o imposibles miembros de la coalición, la incredulidad invade mi cuerpo estival.

Sabemos que la política necesita de otros tiempos más lentos que los de la actualidad, pero la inmovilidad instaurada en tiempos de Mariano Rajoy se ha ido extendiendo en los últimos tres años de una manera exasperante. Quedarte tú quieto esperando a que se muevan los demás, obteniendo algún resultado a cambio es tan insólito como que vengan a casa a ofrecerte trabajo, que es una frase grabada a fuego para los de mi generación.

Y lo que es peor, es que parece que les da igual que estemos atentos a sus cosas. Nos utilizan como persona interpuesta para lanzarse a la cara sus amenazas y sus plazos, utilizando el adelanto electoral como modo de presión. A derecha e izquierda solo se escucha el «así no pactaremos». Y como ya no estamos pendientes, mienten si hay que mentir y fabrican realidades montadas en encuestas y cálculos, que corren el riesgo de ser paralelas.

Porque igual los sondeos en una situación de hartazgo no dan. Y la izquierda baja, sea por el hundimiento de Unidas Podemos, por la repercusión de la entrada de Más España de Errejón o la desafección de los votantes socialistas; y entonces la derecha suma. Les aseguró yo, con la misma certeza que es verano y hace calor, que pactarán. La espuma de los días con órdagos ante los medios y en las redes bajará, y habrá más banderas de España en la semana del orgullo LGTBI, más acusaciones de terrorismo a expresidentes del Gobierno y más intentos por limitar la libertad de expresión constitucional. Luego solo quedarán lamentos.

La vía del desencuentro permanente terminará consiguiendo que los actores de este teatro se queden solos, sin espectadores. Y para la representación final de Macbeth ya no queden ni los protagonistas.

*Politóloga