Con la canícula, la vida se adormece, en general; entrando, en particular, la vida política en el reglamentario sopor estival. Necesario, seguramente, pues el último año, con gobiernos en funciones, elecciones que nada decidían, sesiones que a nadie investían y mociones que a nadie derribaban ha sido tan tumultuoso como estéril.

No para la derecha, que sigue gobernando plácidamente, sin prisa (jamás) pero sin pausa hacia la culminación de una segunda legislatura de Rajoy y el horizonte, si Pedro Sánchez y Pablo Iglesias no lo remedian, de otra tercera.

Entra en lo posible, porque la izquierda, a vueltas con discusiones como la plurinacionalidad, que a casi nadie, salvo a gregarios jurisconsultos que puedan pillar un pico con su enésimo informe sobre España, interesa, ahonda en su escición compitiendo en las encuestas y discrepando sobre el modelo de política internacional, en general, y el venezolano, en particular. Tiránico Maduro, para el PSOE. Revolucionario ejemplar, para Podemos y una Izquierda Unida cuyo líder, Alberto Garzón, califica a Leopoldo López de golpista.

Desde el centro, pasito a la derecha, para no dormirse en los laureles ni en la veraniega siesta un Albert Rivera con la caña echada llama a los partidos constitucionalistas, PP y PSC, para combinar con Ciudadanos un proyecto para Cataluña.

Rivera, buen conocedor de la política catalana --mejor que la española--, olfatea señales de humo electoral tras esa gran quemada que será el 1 de octubre, sin votos, con urnas, sin o con policías, seguro que con tribunales y en cualquier caso con la división servida, traumática, fraticida, de un pueblo catalán golpeado por uno y otro lado hasta el aturdimiento. Rivera, bastante más educado y fino que el impopular Albiol del PP, acierta al proponer, cuarenta años después, la elaboración de un modelo. ¿Alguien, Soraya, Iceta, le escuchará? No, claro. Sería tanto como seguir el modelo alemán o francés, unir fuerzas contra la crisis, formar frentes comunes contra un peligro nada común... ¿Cuándo se vio eso en España? Mucho me temo que la llamada de Rivera se perderá en la selva catalana o en el silencio de la siesta, y que en septiembre los constitucionalistas seguirán sin haber constituido nada. Pero, ¿quién sabe?, puede que el sopor estival restaure su visión y el buen humor. Y que la siesta, opio de la independencia, pase a ser constitucional. ¿Votamos?