La Academia de Hollywood quiere imponer en 2024 unos requisitos mínimos de inclusión y diversidad racial en los argumentos de las producciones que aspiren a ganar los Oscar. Es muy libre de hacerlo, como otros premios al aplicar sus propias condiciones, pero la idea es tan arriesgada para la libertad artística como innecesaria para el eco social que pueda alcanzar la gran pantalla, ya que la realidad se abre camino en el cine sin recurrir a esas cuotas en la ficción.

La industria cinematográfica aborda ahora conflictos, personajes, situaciones o episodios históricos que hace treinta años no le interesaban tanto. Y conforme pase el tiempo, la diversidad y la inclusión tendrán el protagonismo que requiera nuestra realidad. No obstante, y desde el punto de vista narrativo, el cine cuenta con tres factores llamados calidad, talento e imaginación, que son los que deberían marcar los objetivos de cada película.

En los últimos años hemos visto premiar a Rami Malek, Sean Penn y Philip Seymour Hoffman en papeles de homosexuales; cuatro de las últimas películas ganadoras del Oscar tenían como actores principales a personajes de etnias poco representadas (Parásitos, Green Book, Moonlight y 12 años de esclavitud), y otros dos filmes, a personas con discapacidades físicas (La forma del agua y El discurso del rey).

Quienes amamos el cine y la vida no exigimos razas determinadas, machos muy machos, mujeres florero o personas de una pieza.

Lo que nos pierde es la calidad de las historias que nos cuentan. Pero si el problema es que Hollywood se avergüenza del brutal racismo en Estados Unidos, tal vez la respuesta sea una educación más integral, esa que empieza justo en la niñez, y no el cine.