En los próximos días, la Semana Santa de Aragón puede estar de actualidad en EEUU. El cortometraje Inmortal, dirigido por Javier Jiménez por encargo del Arzobispado de Zaragoza, figura como finalista en el Festival de Cine de Nueva York cuyo palmarés conoceremos en unos días. No sería ninguna sorpresa que fuera galardonado. El magnífico documental, que refleja el patrimonio cultural y antropológico de la Semana Santa de Zaragoza y el Bajo Aragón, ya fue premiado en el Festival Internacional de Cine de Cannes del año pasado con el Delfín de Plata y el Delfín Negro. Rodado en Alcañiz, Alcorisa, Calanda, Híjar, Samper de Calanda, Campo de Belchite y Zaragoza, con voz en off de la actriz Luisa Gavasa, es la mejor postal de presentación de la Semana Santa aragonesa porque la reivindica como un acontecimiento religioso capaz de crear cultura y turismo. Y eso se traduce en ingresos en el PIB regional: 451 millones de euros según los últimos estudios. Lo que significa que, al margen de creencias, la Semana Santa debe ponerse en valor en Aragón.

Los distintos actos de la Semana Santa del Bajo Aragón y de Zaragoza están declarados de Interés Turístico Internacional y además la Rutal del Tambor y el Bombo estrena este año la declaración de la Unesco de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. El cineasta Luis Buñuel fue el mejor embajador de la tradición de los bombos de Calanda y los otros ocho pueblos de la Ruta del Tambor y el Bombo, mientras que en Zaragoza, la única ciudad en la que se representa al completo la Pasión y muerte de Cristo, las cofradías y las hermandades han sabido en los últimos años exteriorizar todo el patrimonio artístico, cultural y humano. Todo lo que se recrea tiene una perspectiva cristiana. Pero tiene mucho más y ahí es donde los aragoneses tenemos que poner en valor estos actos de Semana Santa que también se viven con mucha tradición en ciudades como Calatayud y otros rincones del Pirineo.

Y en primera fila las instituciones públicas. Porque la Semana Santa no debe ser una cuestión de ideologías o de creencias. Lo que representa y el sentimiento de cada uno es muy personal, pero lo que supone de atracción hacia un territorio hay que cuidarlo y mucho. De la misma manera que se cuida el Pilar, la Semana Santa ha supuesto un tirón en los últimos años que los gobiernos deben mimar. Es verdad que el Ayuntamiento de Zaragoza, con el alcalde Santisteve a la cabeza, han trabajado codo con codo con el arzobispado y la junta de cofradías, y la DGA se ha volcado con el Bajo Aragón, e incluso el presidente Lambán acudió un año a Calanda a romper la hora.

Pero no hay que tener ningún rubor. Los pueblos de la Ruta del Tambor tienen unos ingresos en la Semana Santa que son claves y vitales para cubrir gastos de todo el año. Se necesitan más infraestructuras y no vendría mal revisarlas para próximos años. Es el mismo caso de Motorland. En Alcañiz muchos negocios se hundirían si ahora no viniera el Campeonato del Mundo de Motociclismo. Aunque solo es un fin de semana, como ahora. Y ocurre lo mismo.

Estos días que se avecinan han supuesto un gran tirón en los últimos años en Zaragoza capital. Cada vez hay más turistas. Y ya que es un reclamo, quizás sería momento de retomar ese proyecto solicitado por muchos vecinos del Museo de la Semana Santa que se echó abajo en los presupuestos participativos más por convicción ideológica que por desinterés social y económico. No es una mala idea ni nadie debería rasgarse las vestiduras en el actual ayuntamiento zaragozano. Nos guste o no, Zaragoza tiene mucho turismo religioso. Y convertir en cultura el valor artístico que está ligado a la iglesia debe concebirse más como una oportunidad. Es ocio, algo lúdico.

Otra cosa es que las instituciones públicas no se mezclen en cuestiones religiosas y no tengan que participar como tales en determinadas celebraciones. El laicismo es importante porque representan a todos los ciudadanos. Pero una cosa es no ir a misas y otra no potenciar las tradiciones. Una cosa no quita la otra. Poner en valor una tradición que genera importantes ingresos económicos para el territorio, que hace que se hable de nuestras ciudades fuera de ellas no puede ser más que positivo. Y además es algo nuestro, de todos. Nadie debe intentar patrimonializar lo que todos estamos haciendo por la Semana Santa. Y si no, que se lo digan a tantos cofrades como procesionan.

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