El planeta Tierra es un sistema termodinámicamente cerrado, es decir, intercambia energía con el resto del cosmos (sobre todo con el Sol), pero apenas hay intercambio de materia (su masa, de unos 6.000 trillones de toneladas, es constante). El Sol tiene el depósito de combustible medio lleno, esto es, aún disponemos de energía para rato. Quedan unos cuantos miles de millones de años antes de que la reserva empiece a parpadear. Si pensamos que la duración media de una especie viva en el planeta es de unos diez millones de años, los humanos somos unos perfectos recién llegados. La naturaleza terrícola no ha perdido el tiempo, y durante sus primeros miles de millones de años ha acumulado un tesoro impagable: la biodiversidad. Es imposible saber cuántas especies viven en la Tierra, pero se estima que son entre 5 y 50 millones. La ciencia ha descrito hasta ahora unos dos millones de especies, de las que casi un millón y medio son animales, en su gran mayoría invertebrados. Conocemos más de 5.000 mamíferos, unas 10.000 aves, más de 15.000 anfibios y reptiles, más de 30.000 especies de peces… Además, hemos catalogado unas 300.000 variedades de plantas, más de 100.000 hongos, 17.000 líquenes y decenas de miles de microorganismos.

A lo largo de sus sucesivas crisis ambientales, la riqueza de la vida en el planeta ha experimentado sucesivas euforias y depresiones, sorprendentes explosiones y trágicas extinciones. En épocas de baja incertidumbre es más fácil instalarse en una solución cualquiera, de modo que la biodiversidad aumenta. Perfecto, porque así hay más soluciones donde escoger cuando la incertidumbre arrecia. La regla es sencilla. La biodiversidad es una reserva de opciones de supervivencia para cuando las cosas se ponen mal, un verdadero seguro de vida. De ahí la gran fragilidad de un monocultivo o una plaga: cualquier capricho fluctuante de la incertidumbre puede acabar con la gloria de una especie a golpe de cataclismo. De todos modos, la mayor parte de los ciudadanos no pueden evitar hacerse esta reflexión: ¿de verdad debemos mortificarnos porque se ha extinguido una especie entre 50 millones?, ¿de verdad (y en el límite) no podríamos ir tirando con un pollo y una col?, ¿por qué empeñarse en salvar una especie concreta? Se me ocurren cuatro grandes familias de argumentos.

Argumento ético. Lo que un día existió y ya se ha extinguido no tiene una probabilidad totalmente nula de volver a la existencia. Después de todo, si ha existido una primera vez ¿por qué no va a hacerlo una segunda vez? La probabilidad no es nula, pero sí inmensamente pequeña. Es difícil de calcular, pero es bien posible que hubiera que esperar trillones de veces la edad actual del universo para que tal suerte de reencarnación ocurriera espontáneamente. ¿Por qué salvar una especie? ¡Porque ya está aquí! Es un argumento ético, aunque hay que admitir que la ética no es algo precisamente prioritario para muchos ciudadanos.

Argumento estético. Si uno se fija con atención, el rincón más ordinario de la naturaleza es de una belleza extraordinaria. Piénsese, por ejemplo, en la arquitectura de un virus, en la complejidad de un grano de polen, en cualquier árbol o en el vuelo de una bandada de pájaros. ¿Por qué salvar una especie? ¡Por su belleza! ¿Es poco? El argumento es estético, aunque, admitámoslo, no todo el mundo se sacrifica por estética.

Argumento económico. El 100% de lo que comemos y el 30% de los medicamentos que necesitamos proceden directamente de la biodiversidad. ¿Por qué salvar una especie? Porque en ella puede estar la clave para luchar contra una nueva enfermedad o de la alimentación de la población en ciertas (hoy) insospechadas condiciones. La cosa se pone seria. No hace falta una sensibilidad especial para estimar la trascendencia del argumento económico.

Argumento científico. De la mayoría de especies existentes todavía no sabemos nada. ¿Por qué salvar una especie? ¡Para estudiarla antes de que desaparezca! ¿Y estudiarla para qué? Pues solo por eso. La ilusión del científico es comprender la realidad entera, pero además hay un detalle que ya hemos sugerido: la biodiversidad contiene las soluciones de problemas que ni siquiera se han planteado todavía… Ese es el gran tesoro de la biodiversidad que la población del planeta no acaba de captar en toda su profundidad.

Para salvar el planeta basta, pues, con ser un buen esteta o una buena persona, ni siquiera hay que ser doctor en prospectiva social o económica ni un experto en crisis medioambientales.

*Facultad de Física