Los salarios representan actualmente en España el 47,3% de la riqueza anual que se genera. Hace diez años, cuando la crisis daba sus primeros avisos significaban el 48,3%. Se podrá pensar que han caído solo un 1%, pero es que el Producto Interior Bruto llega a 1,1 billones de euros, así que ese pequeño porcentaje ha terminado sacando fuera de las nóminas más de 11.000 millones en el 2017. Y lo peor es que se ha convertido en tendencia, después de tres años de crecimiento económico por encima del 3%.

Las estadísticas no hacen más que confirmar lo que la calle vive, aunque el mensaje de la recuperación se intente imponer como un hecho que beneficia a todos. Desde luego, no por igual. La Comisión Europea aduce en un informe que la productividad en España entre 2012 y 2016 ha registrado un aumento del 1%, mientras que los salarios reales (descontando la inflación) solo crecieron de media un 0,06%.

No es de extrañar que las mejoras de aquella no tengan su traslación al esfuerzo de los trabajadores, aquí la proporción de empleos temporales es diez puntos superior a la Unión Europea. Y por ese sutil y prolongado tobogán de la desigualdad nos deslizamos mientras el paisaje diario nos absorbe con imágenes de másteres, prisiones alemanas, piques generacionales reales y encuestas de colores sobre las siglas que coparán las Cortes Generales. Los porcentajes son secos, de grafía repetitiva y, claro, lucen poco frente a conexiones en directo y vídeos mil veces repetidos desde todos los ángulos.

*Periodista