Con la bulla de la campaña electoral el valor de cada persona se pondera en función del porcentaje al que contribuye su voto. Eso, cuando les conviene a los que mandan. Porque aunque los que pasan del sistema y se abstienen de votar son una parte nutrida de la población, poco cuentan. Salvo si son ricos o pueden pagarse algún tipo de publicidad. Entonces son intocables. Pero, como lo que se dirime son unas elecciones, nos vamos a escuchar con insistente porfía lo mucho que tenemos que meditar nuestro voto para hacerlo útil. ¿Util para qué? ¿Para quién o para quiénes? ¿Dependerá, por ejemplo, de nuestro voto el control de los grandes potentados? ¿Dependerá de nuestro voto que demócratas y republicanos hagan la misma política exterior? ¿Dependerá de nuestro voto que las entidades financieras y las multinacionales se conmuevan ante el hambre, las enfermedades y las desgracias que asolan al mundo? La respuesta a estas preguntas, ya se sabe, sólo le inquieta más o menos al cinco por ciento de la ciudadanía. ¿Y por qué razón vamos a tener que cambiar? Ganar nuestro voto no les quitará el sueño, pero nosotros dormiremos más tranquilos si no les votamos a ellos.

*Profesor de Universidad