Se acerca el tiempo en que la sociedad, desde la política al arte, volverá a organizarse, según es debido, en dos órdenes o rangos: el de los hombres egregios y el de los hombres vulgares". Lo siento por mi admirado Ortega pero esta vez, no acertó. En los tiempos que corren, no es eso lo que sucede y afortunadamente, hay pocos atisbos de que vaya a ocurrir lo que tan cándidamente, predecía D.José. ¿Se puede prescindir de las elites? O preguntándolo de otra manera, ¿hay régimen político, incluidos los democráticos, que subsista sin ellas?; los seres humanos no caminan al mismo o parecido paso. Eso es natural y aceptándolo así, la cuestión es otra: ¿hacia donde vamos o nos llevan las elites o la ausencia de ellas? Al mismo sitio en ambos casos, no. Eso debe preocuparnos.

Es imposible esperar que sea la mayoría la que mantenga un ritmo de autoexigencia que permita confiar en la continuidad del progreso y sería muy arriesgado además de simplista, esperar que sea de otro modo, cuando es ley de vida que las mayorías se exalten y desfallezcan con idéntica y variable facilidad y que hoy voten a un partido y mañana al contrario, sin dejar por eso de criticar a los políticos "por lo que cambian"; guste o no guste, las mayorías están para seguir. Resulta muy duro de aceptar que también en democracia sean las minorías selectas o no selectas, que esa es otra, las que fijen el rumbo "en la salud y en la enfermedad", con razón o sin ella. El poder está en pocas manos y el sacrificio que exige alcanzar una cuota, no atrae a los más ni siempre a los mejores.

A fuerza de medios técnicos que tantas carencias encubren o remedian, se obtiene la impresión de que las elites se van adulterando lo suyo, hasta el punto de que parece que selecto puede serlo cualquiera (disfrazarse de notable tampoco es imposible) y más de una vez, se confunde el patrimonio o la profesión con la excelencia. Adam Smith tardó muchos años en ser reconocido cómo un hombre de elite por el grupo de intelectuales londinenses con los que discutió capítulo a capítulo su obra sobre la riqueza de las naciones. Una de aquellas eminencias llegó a decir confundiendo valor con ringorrango, que "ahora que Smith pertenece a nuestro club, es claro que este ha dejado de ser selecto".

Es posible que en democracia, la formación, la conservación y la renovación de las minorías, manantial de las elites, dé lugar más fluidamente, a una saludable ósmosis social, esto es, a la ascensión de unos y al descenso de otros y aunque las elites no suelen emanar del sufragio universal, éste puede contribuir por influjo de alguna de aquellas, a una digna pluralidad que no conlleve espíritu de facción.

No, no es fácil que la predicción de Ortega hecha en 1925 a propósito de la "deshumanización del arte", se cumpla alguna vez ni lo creo deseable si se trata de levantar fronteras; Ortega suponía que "todo el malestar de Europa vendría a desembocar y curarse" con "una salvadora escisión" (¿) entre egregios y vulgares.

Ortega lamentaba que la "unidad indiferenciada, caótica, informe, sin arquitectura anatómica y sin disciplina regente en que se ha vivido por espacio de ciento cincuenta años no podía continuar", remontándose al decirlo, supongo, a la Revolución Francesa, pero han pasado mucho más años y no da señales de interrumpirse. Para Ortega, "bajo la vida contemporánea latía una injusticia profunda e irritante: el falso supuesto de la igualdad real entre los hombres". Pero no reparaba Don José en que hasta los menos pensantes aspiran a un bienestar que explica las luchas por los derechos humanos y que nadie podría resignarse a vivir peor por no ser miembro de una elite o ser menos capaz.

El pueblo desconfía de los selectos que más que del común, se ocupan del propio interés y los selectos reales o por simulación, saben que la plusvalía que se les atribuya o que se arroguen, es ilegítima, si genera más derechos que deberes sociales. En la medida que no sirvan al común o que no comprendan que el pueblo también quiere vivir mejor y sin hacer cola detrás de los privilegiados, serán despreciados y hasta perseguidos.

Cuando la masa enardecida por emociones pasajeras vuelve a ser sencillamente gente, suele intuir incluso lo que no entiende bien y regirse por lo que presiente aunque no lo comprenda. Es ese reconocimiento del pueblo, la verdadera recompensa del egregio.

El que sólo viva para él, no es selecto para los demás. Y si su ejemplo no luce en cuentas sociales ¿para qué se le quiere? Puede que llegue a ser respetado pero difícilmente seguido y claro, el que presuma de selecto sin razones que le avalen, suele convertirse en un tercer género, incapaz de producir utilidad alguna. Por eso, el crédito público de las elites depende del ejemplo que den.