Si hablamos en abstracto, que es lo mismo que no hablar de nada, no cabe duda de que cuando se discute de defensa de la familia y de la vida, se produce una identificación entre dichos planteamientos y los partidos conservadores. No sería muy aventurado afirmar que en la inmensa mayoría de los idearios políticos de dichas organizaciones aparecen ambas cuestiones. La familia, como estructura básica de la sociedad, y la vida, entendida de manera muy específica como condena del aborto, son mantras de la derecha.

Dicha posición pretende ser fundamentada en los valores cristianos que, en Europa, se hallan en la raíz del ideario conservador. Pero precisamente ahí es donde, acudiendo a su tradición religiosa, se manifiesta el carácter farisaico de su pensamiento. Cual nuevos fariseos de la política, los neoconservadores hacen piedra de escándalo del aborto o de nuevas formas de familia, para, con sus políticas, convertirse en verdaderos depredadores de familias y vidas.

La posición del PP respecto del aborto, sustanciada en la brutal ley del ministro Gallardón --por cierto, tan alabado y celebrado en otros tiempos por ciertos medios tenidos por progresistas-- es de una extrema nitidez. Toda criatura engendrada, excepto puntualísimas excepciones, debe nacer. Da igual la situación económica de la familia, da igual la salud del futuro bebé: su nacimiento, que no su vida, es un absoluto, algo que no puede ser cuestionado. Ahora bien, una vez que ese bebé vea la luz del día, lo que con él ocurra se la trae al pairo. Que su familia no tiene recursos, es su problema, que nace con una malformación, que se busquen la vida. ¡Ah, qué bellos son los bebés en brazos de la comadrona, en los amorosos brazos de los progenitores que los reciben! ¡Qué don divino! Sí, pero, tras el arrebato místico-lírico inicial, lo tiramos al cubo de la basura del capitalismo neoliberal. ¿Ayudas? Sí, hombre, ¡esas son para Bankia!

Y qué decir de ese pilar social que es la familia. Los congresos del PP deberían iniciarse con la canción de los payasos de la tele que decía aquello de no hay nada más bello que la familia unida. Ciertamente. ¡Qué bella imagen ver a una familia, todos a una, buscando en el cubo de los desperdicios de los supermercados! ¡Qué estupendo espectáculo ver a los cabeza de familia en la fila del paro luchando por encontrar un minijob para dar de comer a sus hijos! ¡Qué alegría la del reencuentro con esa hija que ha hecho movilidad exterior a Alemania, fruto de su natural inquietud juvenil, para trabajar de veterinaria! Si es que en el fondo son, además de unos firmes defensores de la vida y la familia, unos sentimentales que derramarán lágrimas de dicha al saber de esos reencuentros.

En lo abstracto, el PP es el gran defensor de la familia y la vida frente a la izquierda. Porque lo abstracto, las declaraciones de principios, son gratis. En lo concreto, las políticas del PP son de una extrema brutalidad contra las familias reales y contra la infancia. Tienen que nacer niños, pero no tienen que tener becas de comedor, o libros, y cuando se hagan mayores, ya pueden irse preparando para la jungla que les preparan. Hay que defender la familia tradicional frente a nuevas formas de familia, pero que se las apañen como puedan con el recibo del gas y de la luz con el que alimentamos a nuestros tiburones, que hagan lo que esté a su alcance para conseguir un trabajo que les permita mantener a la unidad familiar.

No hay como mirar la realidad. Si se hace, los tópicos con los que nos inunda la propaganda sistémica se caen al suelo como castillo de naipes. ¿El PP defensor de la familia y de la vida? Que baje su dios y lo vea.

Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza