La primera impresión que se tiene después de escuchar las intervenciones de los distintos oradores en el 15º Congreso del PP es que en el PP no se mueve nada, que está donde estaba antes de la derrota electoral del 14-M y que se apresta a reafirmarse en la misma estrategia que tenía diseñada antes de perder el poder, aunque adaptándola a la realidad de que ahora están en la oposición. La casi totalidad de las intervenciones fueron en esta dirección: no hemos cometido errores y, por tanto, no tenemos que rectificar.

La intervención de Aznar en este sentido fue ejemplar. Ni siquiera en la intervención de Ruiz Gallardón se llegó a identificar un solo error concreto de los ocho años de Gobierno del PP que exigiera una rectificación, limitándose el alcalde de Madrid a una referencia genérica a que algo se debe de haber hecho mal . Parecería, en consecuencia, que el PP se ha instalado en una defensa numantina de su acción de Gobierno frente a la, en su opinión, operación "sectaria" de acoso y derribo desencadenada por el nuevo Gobierno socialista.

CUANDO SEreflexiona un poco, se llega a una conclusión distinta. No completamente distinta, pero sí distinta. El PP se ha movido en al menos tres asuntos de gran importancia:

Primero. En la reforma de la Constitución y de los Estatutos de Autonomía. Aunque la posición de partida del PP sigue siendo la de que no es necesaria ninguna reforma ni constitucional ni estatutaria, se expresa de manera abierta la disposición a participar en el debate y, consiguientemente, la disposición a admitir reformas en la estructura del Estado. En este sentido hay que destacar una similitud entre este congreso y el celebrado en Sevilla en 1989, en el que fue designado José María Aznar presidente del partido, en el que se aceptó definitivamente por el PP la estructura del Estado que se había construido a partir de la entrada en vigor de la Constitución, con la que AP había estado en desacuerdo hasta la fecha.

A lo largo de la década de los 90 hemos podido comprobar hasta dónde llegó la conversión autonómica del PP, sobre todo tras conseguir el poder en 1996. De la impugnación de la estructura del Estado en los años 80 se pasó a la más cerrada defensa de la misma, declarándola intangible. Veremos qué ocurre ahora. El paso de aceptar el debate sobre la reforma del Estado autonómico es de una trascendencia extraordinaria. Entre otras cosas, porque una vez que se inicia el debate se puede acabar llegando más lejos de lo que inicialmente se puede prever.

Segundo. En la Constitución europea. Por primera vez de manera oficial el PP reconoce que hay muchas más cosas buenas que malas en la Constitución europea y despeja su posición respecto del referendo de ratificación de la misma. Dados los obstáculos que pueden interponerse en el camino de la ratificación, la clarificación de la posición del PP es de la máxima importancia.

Tercero. En la oferta de un pacto por muchos años en política exterior, de tal manera que la posición de España sea previsible y, por tanto, fiable. En dicha oferta, solemnemente subrayada por Mariano Rajoy en su discurso de clausura, tal vez esté implícito el reconocimiento del error que supuso la participación de España en la guerra de Irak, ya que esa participación ha sido el único elemento de ruptura claro e inequívoco que se ha producido en la política exterior seguida por los distintos gobiernos de la democracia española. Es obvio que en el pacto que pudiera alcanzarse tendría que figurar el rechazo del unilateralismo, de las guerras preventivas, de acciones militares sin mandato expreso del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, es decir, de todo lo que no se hizo en la invasión de Irak. En dicha oferta hay mucho más de lo que a primera vista puede parecer que hay. Sobre todo cuando se hace inmediatamente después de la descalificación absoluta que había hecho José María Aznar de la política internacional del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.

PARA MIestos elementos de cambio son más expresivos que los elementos de inmovilidad, aunque éstos hayan sido muchos más y hayan encontrado una respuesta más entusiasta entre los delegados. En el momento en que se abren puertas al debate en elementos tan centrales, se entra en un territorio que ya no se controla.

¿Qué va a ocurrir cuando las organizaciones territoriales del PP tengan que participar en el debate de reforma del Estatuto en Andalucía, Valencia, Cataluña o Galicia? ¿Cree alguien que la dirección del PP en la oposición va a poder controlar el debate en las distintas comunidades? Hasta ahora lo podía hacer porque desde el Gobierno podía bloquear cualquier tipo de reforma y porque la única que se había planteado era el plan Ibarretxe. Pero ¿lo podrá hacer desde la oposición y con reformas que no pueden ser descalificadas como independentistas de entrada? ¿Qué ocurrirá cuando se tenga que debatir la composición y las funciones del Senado?

Hasta la fecha, la estructura interna del PP se ha mantenido casi completamente impermeable a la estructura del Estado. La autoridad de la dirección nacional se imponía en las distintas organizaciones territoriales casi sin discusión. Ya empieza a no ser así, como los conflictos que han precedido a la celebración del congreso han puesto de manifiesto, aunque se haya conseguido aparcarlos momentáneamente. Si se abre el debate sobre la reforma de la estructura del Estado la necesidad de adaptación de la estructura del partido a la del Estado se hará valer de manera imparable. Al PSOE ya le ocurrió a partir de la segunda mitad de los 80. De ahí los barones , que tanto peso han tenido y siguen teniendo en su organización. De esa necesidad de adaptación no se va a librar el PP.

Los pasos que ha dado en este congreso van a conducir a que esa necesidad de adaptación se plantee con más urgencia. En ese banco de prueba se acabará midiendo la solidez de la nueva dirección.

*Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla