Grotesco papelón, escribía Manuel Arias Maldonado sobre las contorsiones que tienen que realizar los políticos en una democracia de audiencia. José Antonio Zarzalejos ha escrito que el argumentario del PP parece revelar que la derecha española está llegando al final de una obsolescencia programada.

Pablo Casado no sabe hacia dónde ir: la radicalidad de las elecciones de abril o la moderación de noviembre. El partido parece desorientado y descapitalizado y cae en casi todas las trampas que pone el PSOE, empeñado en visibilizar a Vox e incomodar a su adversario cercano.

Se puede criticar esa estrategia: busca un rédito a corto plazo y puede tener malas consecuencias para todos. Por supuesto, hace dudar de la sinceridad de la alarma socialista ante el ascenso de la ultraderecha. Como suele ocurrir, el cinismo más mezquino se disfraza del moralismo más beato. Así, tras conocer una nueva peripecia a lo Atrapado en el tiempo de la estancia de Delcy Rodríguez en Barajas, la vicepresidenta Carmen Calvo ha dicho que «Venezuela no le importa a nadie», que es un «combate inútil» promovido por la derecha. Los socialistas, ha dicho Calvo, deben centrarse en lo importante, «la humanidad y lo humano». Uno podría pasar un rato pensando en eso.

Desde el punto de vista del PSOE, la estrategia parece comprensible: para apoyar al gobierno de Pedro Sánchez e Iván Redondo es conveniente, como mínimo, una combinación de anestesia y miedo apocalíptico. Es el enfrentamiento entre dos parodias que se retroalimentan y fingen tomarse muy en serio.

La posición del PP -como la Ciudadanos, devastado por la soberbia de <b>Rivera</b>-es difícil, con una escisión que combina una moralidad reaccionaria y neoliberalismo de amiguetes en lo económico, competidora y aliada a la vez. El alineamiento de intereses parece favorecer a los debates que ayudan a Vox, y a la política como guerra cultural. La presencia de la ultraderecha contamina las opciones más obvias. Unos reclamarán oposición institucional (que no se sabe bien qué es), otros te acusarán de tibieza.

Pero eso, o la sensación de que los partidos tratan a los electores como idiotas, no excusa torpezas o disparates como decir, por ejemplo, que la ley de la eutanasia responde a un plan para ahorrar recursos públicos. Asuntos como la vejez y la enfermedad, el aumento de la esperanza de vida y la supervivencia a dolencias que antes eran letales, como la forma en que nos enfrentamos a la muerte y la capacidad de elección, como la calidad de vida o el sufrimiento personal y familiar son demasiado importantes como para encerrarlos en un dogmatismo inmóvil o banalizarlos con electoralismo de cuarta.

@gascondaniel