Todo el mundo parece querer subirse a las políticas verdes. Y la celebración de la Cumbre del clima en Madrid ha servido de escaparate más allá de los expertos, acostumbrados a participar en foros técnicos sobre el cambio climático y sus efectos, para que algunos políticos hayan mostrado la que parece su nueva vis sostenible. Es el caso del alcalde de Zaragoza, el popular Jorge Azcón, que un día antes de su participación en la COP25 anunció a bombo y platillo su intención de convertir el ayuntamiento de la capital aragonesa en prosumidor (promotor y consumidor) de energía renovable, mediante contratos bilaterales con empresas de energías limpias del entorno de la ciudad y reclamar, después, más fondos para poder llevar a cabo sus políticas. La iniciativa sería en principio muy loable --aunque tendrá que ser muy claro con las condiciones a pactar-- si no fuera por que de los que le oyeron en Madrid muy pocos saben lo que pasa aquí. Y así se lo ha afeado la oposición --PSOE, ZeC y Podemos-- que le exige hechos y le recuerda no solo su nulo interés por una segunda línea de tranvía (que puede ser defendible, aunque sin aportar alternativas reales), sino también los recortes que ha aplicado a partidas relacionadas con la lucha contra el cambio climático. Una actitud que recuerda la de su compañero de partido y homólogo en Madrid, José Luis Martínez Almeida, que ha pasado de ser el azote de Madrid Central a convertirse en un firme defensor de las causas verdes. Llamativa resulta la transformación que los más jóvenes gobernantes del PP han experimentado en los últimos meses. Toda vez que han pasado del negacionismo --histórica es ya la confesión de un Rajoy incrédulo con el desastre medioambiental porque un primo suyo lo negaba-- a un neoecologismo casi de pasarela. Cierto que la coherencia en política es una virtud en extinción, pero ahora que la conciencia medioambiental ha llegado también a la religión, estaría bien no perder de vista el noveno mandamiento.