Hoy se despejará una incógnita. No sabremos aún quién ha de mandar en el PP, pero sí podremos hacernos una idea de por dónde van esos sesenta y pico mil militantes (contracción de los ochocientos mil que nunca existieron) con derecho a voto en estas falsas primarias... Que, aun siendo meramente eliminatorias, representan una gran novedad en la vida tan disciplinada y vertical de la derecha española.

La verdad es que la moción de censura tuvo unas repercusiones de naturaleza telúrica. La espantada de Rajoy y su drástico mutis por el foro (una desaparición de alta magia) y el súbito desalojo de un poder que la dirección y los cuadros del PP tenían como cosa muy suya (con Ciudadanos de indispensable soporte), han causado un trauma sin parangón. Ello explica que los círculos conservadores hayan pasado a considerar cualquier acontecimiento como una agresión a sus ideales, sus mitos y sobre todo su idea de España, que es, en su criterio, la única idea posible.

Les ofende la simultánea normalización de la política penitenciaria en relación con los terroristas de ETA y con los independentistas catalanes. Les escandaliza la renovación de los altos cargos de RTVE (negociada en plan chapucero por PSOE y Podemos, es verdad; pero ante la que no cabría el más mínimo pero por parte de un partido que bajo Aznar y bajo Rajoy ha manipulado sin disimulo los medios públicos). Les jode que Sánchez nombre altos cargos, como si ello no fuera la consecuencia lógica del relevo. Y a partir de ahí todo lo demás. La exhumación de Franco, por supuesto. Un frenesí.

En este clima, los que están en el ajo auguran un apoyo de la (radicalizada) militancia a Pablo Casado (a priori un pésimo y débil aspirante) en pugna directa con la también agresiva Cospedal, y en disputa ambos con la más pragmática Sáenz de Santamaría, quien sin embargo también ha radicalizado su discurso para no perder comba. Muchos veníamos pensando que el auténtico PP quizás era (es) mucho más radical de lo que propone su supuesta vocación centrista. Ahora veremos.