Cabe entender o al menos identificar las razones por las cuales en este país de países el debate político ha entrado en una extraña y enervante irracionalidad. Y por qué cada parte puede justificar sus barbaridades con las barbaridades del adversario y negarle a este la razón incluso cuando la tiene. Lo argumenté este lunes, y justo ese mismo día el PP, en una delirante pirueta parlamentaria, votó en las Cortes de Aragón contra la modificación de crédito destinada a dotar de fondos (31 millones) a la enseñanza concertada; o sea... su enseñanza, la que apoya a muerte, la que considera un pilar básico de la libertad. Flipante.

Claro, me dirán ustedes, es que el Gobierno aragonés ha pretendido trucar las cuentas elaborando unos presupuesto mentirosos, que luego, a los dos meses de su aprobación, están siendo retocados con variantes por valor de decenas de millones. Es el peculiar estilo del consejero Gimeno, un inaudito malabarista de la contabilidad pública. Además, tiene razón Echenique cuando advierte que el PSOE intenta aprobar las leyes con la mayoría de izquierdas y luego gestionarlas cogido de la mano con la derecha. Vale... Pero que el PP sea capaz de desmentir con los hechos (¡y alineándose con Podemos!) su táctica y estrategia, con tal de joder al Ejecutivo autónomo resulta tan anormal y absurdo que cabe preguntarnos qué diantre le está pasando a esta España. Porque, ojo, una cosa es que las contradicciones políticas y sociales estén muy exacerbadas (que lo están), y otra muy distinta es que no haya manera de ponerse de acuerdo ni en lo más elemental. O que se digan cosas como las que están soltando algunos portavoces conservadores en los actos en memoria de Miguel Ángel Blanco (cuya memoria no merece semejantes excesos y manipulaciones).

Está en juego no el sentido de Estado, sino el sentido común. Ese que asume el entendimiento entre PSOE y Podemos, como entre PP y Ciudadanos. El que reclama mesura y democracia en Cataluña. El que impone negociaciones y acuerdos. El que exige respetar a la ciudadanía.