Es una pena, pero parte de la prensa española y de los periodistas que la habitan (de todo tipo y condición), lejos de buscar la verdad, la objetividad y la imparcialidad, se comportan como verdaderos fanáticos, y no sólo en el ámbito deportivo, donde la tendenciosidad y la parcialidad es habitual, sino también, sobre todo en tiempo electoral, en la prensa política. Los ejemplos de este tipo de comportamiento son legión; bastaría citar el caso de aquel periodista, Herman Tertsch creo que se llama, que el día anterior a una huelga general dejó grabado para la televisión autonómica de Madrid un comentario sobre el fracaso de la misma, como si lo hiciera una vez pasada la convocatoria, en uno de los ejercicios de falsedad informativa más burdos que se conocen.

Pues bien, estos días de campaña para las elecciones generales alguna prensa afín a la derecha más conservadora y rancia no para de comentar los lamentables y condenables escraches que sufren los políticos de los tres principales partidos conservadores (PP, Ciudadanos y Vox), mientras calla los también condenables ataques a las sedes y los escarches a los dirigentes de la izquierda.

Porque este repulsivo tipo de acosos, pintadas, roturas de cristales de las sedes o de los establecimientos de sus dirigentes afectan a los miembros de todos los partidos, aunque algunos radiopredicadores omniscientes y sabelotodo se limitan a informar sobre los abucheos y escraches a los políticos de la derecha, omitiendo de manera insensata y mendaz los que afectan a los políticos de la Izquierda.

A la vez, buena parte de la Izquierda no condena los actos de acoso y las amenazas e insultos que afectan a los políticos conservadores, pese a que la defensa de la libertad de opinión y manifestación deberían ser una cuestión crucial para cualquier demócrata.

Lamentablemente no es así. Los acólitos de uno y otro lado del espectro político justifican e incluso jalean, a veces con verdadera pasión y entusiasmo, a los energúmenos que llevan a cabo este tipo de escraches sobre los contrarios.

En un país serio, este tipo de actuaciones debería ser algo esporádico, poco menos que una anécdota protagonizada por media docena de imbéciles, pero se está convirtiendo en una costumbre alentada por unos políticos llenos de estulticia y por ciertos periodistas que se comportan como los peores y más cerriles hooligans, esos cretinos hinchas de ciertos equipos deportivos que creen que defender sus colores consiste en destrozar las ciudades que visitan.

*Historiador y escritor