Supongo que Pablo Iglesias y su tocayo Echnique sañldrían ayer animados del mitin en la Multiusos de Zaragoza. Mucha gente para ser a las doce del mediodía. Pero lo que si les ha de mantener preocupados (por lo menos en lo que se refiere al profesor de Ciencias Políticas, que el físico teórico...) es la certeza de que los votantes de izquierda llevan mucho tiempo administrando el sufragio en un ámbito ideológico habitualmente fragmentado. Y esos electores evalúan la utilidad de su encuentro con las urnas, y lo hacen (al menos bastantes de ellos) mediante complejas ecuaciones en las que tienden a despejar más de una incógnita. Por eso el PSOE siempre le sacó grandes diferencias a IU. Por puro cálculo del personal.

Podemos tuvo su opción. Rozó el sorpasso y fue capaz de presentarse como una alternativa posible. Pero me temo que su gran momento, su ventana de oportunidad, pasó. Ahora, con una derecha más agresiva que nunca a punto de someter el sistema a una involución sin límites, el cálculo se hace presente de nuevo. Sánchez ha salvado a su partido.

A nadie se le oculta, y ni siquiera hace falta mirar los sondeos, sean los de los medios o el del CIS, para percibir que hay un retorno del voto progresista al PSOE. Sin convicción, seguramente, sin grandes ilusiones, pero por un reflejo defensivo que Casado y Abascal mantienen en tensión creciente y que Rivera no acierta a relajar. Andalucía, en mi opinión, ha servido de primera vuelta, de advertencia. Y por supuesto Pedro no es Susana.

Pero las derechas, y ese es su gran problema, tienen un electorado que durante cuatro décadas apenas tuvo que romperse la cabeza a la hora de ir al colegio electoral. Tras la desaparición de UCD, el PP, marca única, rentabilizó al máximo cada papeleta a su favor. En la actualidad, con tres ofertas disputándose un mismo mercado, la potencial clientela vive corroída por las dudas. Y veo a muchos conservadores hacerse un lío con la fórmula d’Hont. No entienden el sencillo mecanismo de esa trampa aritmética. Van a sufrir.