Conforme se acerca el 31 de octubre, previsible día D del brexit, crecen al mismo tiempo las certidumbres y las incertidumbres, enrocado Boris Johnson en su decisión de no pedir más prórrogas. Las primeras se remiten a los daños sobre todo económicos que causará un divorcio abrupto; las segundas atañen al estado de ánimo de los europeos que han organizado su vida y su futuro en el Reino Unido y a los británicos que lo han hecho en el continente. Los preparativos del Gobierno español responden a este doble desafío, técnico y humano, que plantea un brexit a las bravas.

Las cifras son concluyentes: las inversiones españolas en el Reino Unido ascienden a 80.000 millones de euros, las exportaciones suman 18.000 millones; en suelo español residen decenas de millares de británicos y en suelo británico viven asimismo decenas de miles de españoles, con diferentes grados de integración en ambos casos. Salvo acuerdo concluyente, nada podrá ser igual después de la separación y crear un equipo de 875 funcionarios que gestione la nueva situación -relación financiera, circulación de personas y bienes, control de fronteras, comunicaciones y transporte, los problemas en el Campo de Gibraltar-, como ha hecho el Gobierno, era un paso ineludible. Pero más allá de los aspectos administrativos, el riesgo de que surjan problemas de toda índole sigue ahí porque el planeamiento del Gobierno de Boris Johnson soslaya los datos esenciales de la crisis: los daños económicos y sociales que causará un brexit abrupto, y los efectos de una recesión global en puertas que el divorcio no hará más que agravar.

El problema añadido para los intereses españoles, para su gestión y defensa, es que el brexit sin acuerdo puede producirse en una situación de interinidad -Gobierno en funciones y convocatoria electoral- que no es el mejor de los escenarios. Dando incluso por descontado que los partidos entiendan que la gestión del brexit debe quedar fuera del fragor de la campaña, las grandes decisiones posbrexit deberán posponerse. Para las grandes compañías, que disponen de personal y recursos para adaptarse a nuevas situaciones, tal debilidad tendrá menos impacto que para las pymes de diferentes sectores, de la agricultura al turismo, acostumbradas a funcionar en el seno del mercado único y que, de pronto, pueden ver su actividad mermada con la aparición de muros fronterizos. Un daño más de los muchos que se vislumbran en el horizonte.