El incendio de Notre Dame de París ha representado un impacto colosal en la opinión pública. Se agolpan, en la devastación de la catedral, no solo la pérdida de notables elementos de una joya del arte gótico y de la historia de Francia y Europa sino también la memoria sentimental de millones de personas para quienes Notre Dame es un referente visual, estético y emotivo de primer orden.

Con más de 13 millones de visitantes anuales es uno de los monumentos más conocidos del mundo, patrimonio de la Humanidad, emblema de París y escenario de múltiples acontecimientos históricos y de ficciones memorables, como la archiconocida novela de Victor Hugo, con su famoso jorobado. La rápida y eficaz intervención de los bomberos ha evitado que la desgracia fuera mayor: en el momento más crítico se temió incluso por las dos torres de la fachada, por los grandes rosetones medievales y la estructura misma del templo. Aun así, el fuego ha significado una auténtica catástrofe patrimonial y que ya ha generado todo un alud de propuestas institucionales y aportaciones privadas para su futura reconstrucción. Recursos que no llegaron para la rehabilitación global del templo que hace años que se sabía necesaria -el incendio empezó en una estructura en la que se estaba trabajando para solucionar los problemas más urgentes en su techumbre.

La necesidad de reconstruir Notre Dame plantea la duda de si puede ser oportuno no recuperar las intervenciones, muchas de ellas desaparecidas, de los restauradores del siglo XIX. Aunque parece casi seguro que esta reconstrucción del arquitecto Viollet-le-Duc, en sí misma con valor patrimonial, sea reproducida, para recuperar la imagen de la catedral que todos conocemos como símbolo de renacimiento de las cenizas. Cabe preguntarse hasta qué punto estos monumentos viven en precario, también en España, donde el plan de catedrales vigente desde los años 80 (aunque aquí los templos siguen siendo propiedad de la Iglesia católica, no del Estado como en el país vecino) no ha alcanzado a solucionar todos los problemas de conservación de las 95 catedrales españolas, ni mucho menos del conjunto de patrimonio que debería ser objeto de planes de salvaguardia con ayudas pero también exigencia desde la Administración. El legado monumental es un tesoro, más allá de quién sea su titular, que debe preservarse para las generaciones futuras.