Companys como presidente de la Generalidad catalana, proclamó el 6 de octubre de 1934, por la buena «y sin sujetarse a procedimiento formal alguno, la que llamaba «República Federal Catalana», desentenderse de las restantes instituciones del Estado y queriendo asumir de facto porque de iure no es viable, todos los poderes de ejercicio necesario para dar semejante paso, que más bien es un simple traspiés.

El general Batet, como superior del ejército en Cataluña, se dirigió por radio a los catalanes, a los españoles todos, catalanes o no y «a la Humanidad entera» (sic) para explicar sucintamente, como se desarrollaron los hechos acaecidos la noche del 6 a 7 de octubre de aquel año pretenciosamente revolucionario, de 1934. A las 8 de la tarde del día 6, el presidente de la Generalidad, dijo, había proclamado desde el balcón del Palacio de la Presidencia la «República Federal Catalana». Y sin más trámites, rompía desde ese momento, todas las relaciones con el Gobierno de la República e instaba telefónicamente, a Batet para que se pusiera a sus órdenes. La contestación del General fue muy significativa: dejó muy claro y con pocas palabras, que no podía contestar en un instante a lo que sin duda Companys habría meditado y preparado a lo largo de muchos días.

Poco después, un delegado de Companys, llevó en mano a Batet, el mismo requerimiento por escrito y desde entonces, Batet no tuvo dudas, acerca de los propósitos que perseguía Companys; el general conocía el transporte de armas y la organización de guerra que se estaba montando en la ciudad.

No obstante, tratando de evitar un día de luto, se puso en contacto directo con quienes dependían de él en la Generalidad, ordenándoles que comparecieran inmediatamente. Esa orden fue rechazada por los cuestionados, alegando que solo obedecían las disposiciones del presidente de la Generalidad.

Mientras, el Gobierno de la República española declaraba el estado de guerra y Batet dispuso de inmediato, que se publicara el preceptivo Bando y cuando la unidad militar llegaba a puertas del edificio de la Generalidad, uno de los dirigentes de esta se adelantó a preguntarles a que iban, la respuesta fue clara y contundente: «venimos a defender la República». Aquel delegado de Companys insistió: «Pero ¿cuál, la federal catalana o la española?» Contestación: «la República constitucional, la única existente».

El general Batet había recibido órdenes del ministro competente a fin de hacerse de inmediato y por la fuerza, si era preciso, de la situación, pero consiguió persuadir al ministro de esperar unas horas (las de aquella noche). Batet, buen militar y mejor persona, consiguió persuadir al ministro: «déjeme esperar unas horas antes de atacar los edificios del poder local... Conozco a mis paisanos (él era catalán). Y aún añadió: «le aseguro que la Generalidad se rendirá sin que haya que hacer apenas disparos, a primera hora de la mañana».

Efectivamente y sobre las seis de la mañana, el general Batet recibió una llamada de Companys confesándole que consideraba estéril toda resistencia y que se entregaba como único responsable.

Batet explicaría en su alocución al pueblo que la Generalidad con todo su Gobierno, el ayuntamiento y todos los concejales del partido de Companys y del llamado Esta Catalá se habían rendido y habían sido trasladados al Cuartel General de la IV División. Y luego, al vapor Uruguay.

Batet terminaba su alocución expresando su gratitud a sus subordinados y enviado un caluroso saludos a los radioyentes, deseándoles que las virtudes que citaba inspiraran sus conductas tanto a los catalanes como al resto de los españoles, porque Cataluña no era más que una región de España. Las virtudes y el arte, dijo también, no tienen fronteras y, por tanto sirven de ejemplos a la Humanidad entera. Esa fue toda aquella inútil revolución.