Si hubiera que hacer caso a ese dicho político que afirma que los proyectos que no se han puesto en marcha en los primeros seis meses de un mandato no se realizarán nunca, habría que dar paso a la presunción de que el nuevo equipo de gobierno municipal no va a hacer nada nuevo en la ciudad. Pasados ya esos seis meses, y presentado su primer presupuesto, se constata palmariamente, con la contundencia que aportan las cifras, la carencia de ideas sustancialmente nuevas de los gobernantes de la ciudad, y a lo largo de la forma y fondo de los mismos, se aprecia la urgente necesidad que tienen de apropiarse de la filosofía que inspiró los presupuestos anteriores para poder presentar los suyos.

Los socialistas y los nacionalistas de izquierdas, cuando estaban en la oposición, no sólo clamaron contra la venta de suelo, sino que lo elevaron a la categoría de dogma, haciendo de ello el estandarte más señero para cuando gobernaran. Pues bien, ahora no sólo no renuncian a ello, sino que lo desarrollan hasta batir un récord histórico. Que este presupuesto carece de ideas nuevas puede comprobarse desde cualquiera de sus ángulos, pueden percibirse las exiguas dotaciones para los que aspiran ser los grandes proyectos deslumbrantes de los nuevos tiempos, y cuyo raquitismo habla más del afán de propaganda que de sus posibilidades reales en este momento.

Y ante esta carencia de proyectos e ideas nuevas, al presupuesto no le queda más remedio que refugiarse en lo existente, mostrando en sus grandes planteamientos una filosofía que supone una continuidad sustancial con el anterior, aunque, por desgracia, ensombrecida y, por lo tanto, empeorada por algunos rasgos negativos entre los que cabría destacar el excesivo aumento de los gastos de personal y el incomprensible retroceso cultural. Por otra parte, la contradicción entre lo que el presupuesto es y la justificación que de él se hace, pone de manifiesto la falacia que el equipo de gobierno ha querido introducir en la vida municipal con el manejo demagógico de la deuda durante los pasados meses.

EL EMPEÑO de presentarlo forzado por la necesidad de sanear la hacienda municipal, atenazada por la deuda como etapa de transición hacia su verdadero presupuesto, resulta tan falaz como contradictorio, porque si fuera esa la causa que lastrase la voluntad del nuevo equipo contendría el presupuesto alguna medida encaminada a resolverla o, al menos, a aminorarla de forma significativa, cuando la realidad es que, por el contrario, el presupuesto deja prácticamente igual el nivel de deuda existente.

Con ello se pone de manifiesto que todo el discurso de la deuda, que tan insistentemente ha estado aireando el equipo de gobierno durante los pasados seis meses, era tan sólo una cortina de humo para pretender ocultar la penuria de sus planteamientos políticos que, ahora, irremediablemente, no ha podido por menos de ponerse al desnudo con el documento presupuestario.

Con todo lo anterior, puede afirmarse ya sin ningún género de dudas lo que veníamos intuyendo en meses pasados: que el equipo de gobierno carece de proyecto político alternativo para gobernar la ciudad. Y esta afirmación no la hago a título de crítica, sino como constatación de una realidad que a mi juicio es positiva, porque la ciudad durante los ocho años pasados ha estado gobernada siguiendo la inspiración de un modelo de desarrollo humano y ciudadano que, sin perjuicio de las posibles mejoras que todo tiene en la vida, se ha evidenciado altamente satisfactorio, permitiendo que Zaragoza se haya situado en la vanguardia de las capitales españolas en un amplio abanico de materias del máximo interés, y elevado a estadios de excelencia en numerosos campos.

POR ULTIMO, que estos presupuestos se hayan tenido que aprobar deprisa y corriendo, después de un lamentable espectáculo de desencuentros entre los socios de la coalición, pone de manifiesto una situación política que, de perpetuarse en el tiempo, podría ser nefasta para la ciudad. Se trata de la paradójica debilidad de la actual mayoría absoluta. La lentitud con que arrancó el nuevo gobierno fue ya un presagio anunciador de las peores carencias. Posteriormente, la práctica de soslayar sistemáticamente las cuestiones que requieren vigorosa decisión política, como algunos de los grandes proyectos que recibieron en marcha, y el mercadeo con que se abordó la fijación de los criterios para las tasas e impuestos, no hicieron más que incrementar esa sospecha.

Como concejal de la oposición, y pensando en el bien de la ciudad, no deseo que este estado de cosas continúe, sino todo lo contrario: que el equipo de gobierno, asumiendo con lucidez el enorme activo que le ha sido legado, y corrigiendo con inteligencia cuanto pueda ser necesario, abandone la demagogia y se dedique realmente a gobernar la ciudad.

*Concejal del PP de Zaragoza