Después de mucho tira y afloja, retóricas, explicaciones, desdenes y aspavientos, los presupuestos de las dos grandes instituciones están aprobados. Bueno... lo están ya los del Ayuntamiento de Zaragoza, y hoy lo estarán los del Gobierno de Aragón. Qué alivio, oigan. De todas formas, ambos documentos son más o menos lo que ya se puso sobre la mesa hace meses. Como suele suceder, la escenificación se ha apoderado del proceso. Agotador.

Se supone que estos dos presupuestos son obra de las izquierdas. Lo cual no quiere decir gran cosa, porque PSOE, Podemos-IU y CHA han sido incapaces durante este mandato autonómico y municipal de acordar un mínimo programa común que inspirase la contabilidad de las instituciones que gobiernan. Por el contrario, se han enzarzado en constantes peleas fruto: a) de la personalidad compleja, suspicaz e inflexible de los principales protagonistas de esta movida, b) de las consecuencias objetivas de los compromisos del PSOE, atado por sus vínculos con los poderes tradicionales y por su propio pasado, c) de la naturaleza básicamente leninista de ZeC y otros componentes del complejo Unidos Podemos, enfocada hacia cambios tan radicales como inespecíficos que no admiten pactos, cesiones ni inteligencia política alguna, d) el instinto que empuja a CHA hacia cualquier ecosistema que garantice su supervivencia. En estas condiciones, ni la aprobación de presupuestos ni el día a día ha sido fácil. Más aún: han sido un infierno donde no han dejado de arder las ilusiones de miles de votantes.

Eso sí, la derecha (ahora subdividida en las derechas) se ha permitido el lujo de armar el barullo jornada tras jornada, rasgarse las vestiduras y clamar al cielo marcando la agenda política e informativa con estupendas tontadas. Si llega a tener voceros más brillantes y hábiles (además de alguna propuesta positiva), ya solo tendría que sentarse a esperar las próximas elecciones... y arrasar. Pero como no hay tal, aún ha de rematar la faena.

Se lo ponen a huevo, eso sí.