Tras medio año sabático, y con la purificación que genera el silencio, retomo mis reflexiones escritas en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN. Y como algún malpensado creyó que me escaqueaba de las inciertas y peligrosas elecciones primarias socialistas, reaparezco simbólicamente en la víspera de tales elecciones. Espero no aburrir al personal y aclararme conmigo mismo. Cuestiones ambas nada fáciles. Decía Proust a este respecto que cada cual llama ideas claras a las que se hallan en el mismo grado de confusión que las suyas propias.

Este pasado lunes, 15 de mayo, el PSOE realizó un debate con los tres candidatos que aspiran a dirigir el partido. Fue el acto principal de las primarias y creo que no defraudó. Solo hay que ver el eco que ha tenido en los distintos medios de comunicación. El debate fue interesante y vivo. Lo que sucede con este tipo de debates que van dirigidos a la rentabilidad electoral es que la racionalidad suele ceder espacio a la emotividad y hasta a la agresividad. El debate se planteó entre dos rivales a los que se les nota un cierto desprecio entre sí, con un tercero en plan pacífico y unitario, que consiguió hacerse un hueco en una ceremonia excesivamente polarizada. Aunque ninguno de los tres habló de proyectos políticos y estrategias de futuro.

El Comité Federal (CF) de 1 de octubre de 2016, las relaciones con Podemos y la cuestión territorial (Cataluña) fueron las ideas subyacentes al debate. El bochornoso espectáculo del CF fue efectivamente el detonante del actual conflicto socialista. Pedro Sánchez habla del derrocamiento que los barones regionales ejecutaron contra él. Susana Díaz habla de un momento crítico para el posicionamiento socialista en su política de alianzas y respecto a la gobernabilidad de España tras un año con un gobierno en funciones. El CF optó por la abstención como mal menor ante unas terceras elecciones que presagiaban un desastre, aparte de quitarse de en medio a Pedro Sánchez. Los dos relatos son teóricamente defendibles, y la opción por uno u otro dependerá de los beneficios o perjuicios, colectivos o individuales, que cada cual prevea, consecuentemente con sus hechos. Me extrañó que Díaz no defendiese con más ahínco su postura a favor de la abstención, con lo que deja una autopista libre para el relato de Sánchez y su reiterado e infantil eslogan de «no es no». Soy de los que piensan que la abstención socialista no constituyó el factor fundamental para que Rajoy gobernara, sino que fue el respaldo mayoritario del cuerpo electoral, dada la imposibilidad práctica de una alianza parlamentaria que superase en votos al PP. En esta cuestión, Podemos, no votando a favor de Sánchez o absteniéndose, sino votando en contra, jugó un papel muy importante que no viene al caso analizar.

Sobre la cuestión territorial en general, y sobre Cataluña en particular, tampoco hoy procede entrar. Solo decir que ha habido mucha negligencia por parte del gobierno central y mucha demagogia y mentiras por parte del gobierno catalán. Se ha llegado demasiado lejos como para que la Declaración de Granada (un posicionamiento teórico y generalista que le sirvió al PSOE para salvar la cara en ese momento) satisfaga a los actuales soberanistas catalanes.

Pero todo debate parece exigir un balance. Vamos a ello. El duelo Díaz-Sánchez fue un duelo excesivamente personalista y agresivo, aunque guardando las formas. El tercero, Patxi López, supo aprovechar bien su papel de comparsa y fue creciendo a lo largo del debate hasta llegar a proponer un esbozo de modelo de partido nada despreciable. Al final, tras el debate, se impondrá la interpretación mediática y los militantes dirigirán su voto en la dirección de las interpretaciones que confirmen su posición previa. Los dos relatos enfrentados son: el épico-heroico de Pedro Sánchez, adornado de un victimismo trágico («estoy en el paro»), frente al orden establecido de Susana Díaz, sin aventuras peligrosas aunque con peligro de esclerosis. Era éste un momento idóneo para que el PSOE hubiese propuesto para Secretario General a una persona nueva (biológica y mentalmente), con capacidad intelectual y política para aglutinar, coordinar e ilusionar a los militantes socialistas y, como consecuencia, a los potenciales votantes.

Inquieta la victoria de Sánchez. La victoria de Sánchez podría suponer un fraccionamiento del partido, semejante al existente con anterioridad al CF de 1 de octubre, aparte de peligrar el poder del aparato actual. Por el contrario, la victoria de Díaz podría suponer la salida del partido de militantes «indignados». Al margen de una perspectiva radicalmente diferente en la relación del PSOE con los otros partidos. ¿Se repite la dialéctica Prieto-Largo Caballero?.

*Profesor de Filosofía