A pesar de que algún mal pensado opine lo contrario, en la vida política aparecen de vez en cuando algunas ideas nuevas, créanme.

Con las ideas nuevas suele suceder que, al principio, solo las defienden media docena de iluminados, que luego van ampliando la base de sus creyentes poco a poco y que, por lo general, encuentran el caldo de cultivo ideal en un determinado partido. Una vez allí, esa idea que ya está sembrada en el lugar conveniente empieza a crecer y a ramificarse con las aportaciones de unos y otros. Con el debate, en definitiva.

Como es natural, incluso en ese partido que ha aceptado discutir la nueva idea existen partidarios y detractores de ella. Apoyándose en esas discrepancias, los otros partidos hacen mofas y cuchufletas a propósito de la nueva idea y de aquellos a quie-nes se les ocurrió. Pasado el tiempo, la idea da sus primeras flores y sus primeros frutos. Los detractores internos empiezan a convertirse en partidarios y el resto de los partidos, a mirar de reojo pensando: a ver si, al final, no era tan mala idea… Y, por último, acaba por ser universalmente aceptada y aplicada en todas partes.

Entonces, sobre todo si la nueva idea fue pensada para ejercer como contrapeso y limitar el excesivo poder de las cúpulas partidarias (y, además, se muestra eficaz), comienza el proceso que podríamos denominar «gatopardización», un proceso que consiste en que, ya que hemos cambiado las reglas con arreglo a las que nos organizábamos, hagamos todo lo que sea preciso para que nada más cambie realmente. Y en esa materia gatopardesca, hay que reconocerlo, los aparatos de los partidos cuentan con auténticos especialistas, genios del escamoteo, doctores del trile, maestros en el arte de dar gato por liebre.

Una vez sometida la nueva y buena idea a ese proceso, los resultados que se esperaban de ella se quedan bastante raquíticos, la verdad. Tal vez no en apariencia. Tal vez incluso se hayan producido cambios a mejor (como la lista al Ayuntamiento de Zaragoza ) pero, en el fondo, el poder de los aparatos sigue intacto. Como siempre. Es posible que los más jóvenes no recuerden cómo empezaron a entrar las mujeres en las listas o, por lo menos, a hacerlo en un número apreciable. Les refrescaré la memoria.

Allá por los primeros años 80 del siglo pasado, el hemiciclo del Congreso era lo más parecido a esos clubs privados en los que los ingleses no permitían la entrada a las mujeres… Bueno, no tanto. Había unas pocas (y todas, o casi todas, de gran valía) pero el porcentaje con respecto a sus compañeros varones era irrisorio. Algunas mujeres socialistas, con Carmen Romero (casada a la sazón con Felipe González) a la cabeza, dieron entonces la «batalla de la cuota femenina», que proponía hacer obligatoria en todas las listas electorales una cuota (creo recordar que del 25% o 30%) de mujeres. Que el machismo no era solo cosa de la derecha se pudo comprobar en las reacciones de algunos responsables políticos. González apoyó la nueva idea, pero es que tenía en casa a Lisístrata.

Y detrás fueron el resto de los partidos -menos Vox, pero esos tienen la sección femenina-. La cuota mínima creció hasta el fifty-fifty, las artimañas de meter mujeres en los últimos puestos se desbarataron con las listas-cremallera y los resultados son visibles. Es evidente que la presencia de las mujeres ha crecido en todos los ámbitos de la política y que, por primera vez, tenemos un gobierno mayoritariamente femenino… pero, si lo que se pretendía era -como se dijo- feminizar la política y que no todo dependiese del líder varón y de su aparato, hay que reconocer que los resultados, treinta y tantos años después, son muy mejorables.

Lo mismo, o muy parecido, sucede con las primarias. Los legisladores constituyentes se preocuparon mucho por fortalecer a unos partidos políticos que afrontaban la democracia con escaso vigor, más bien enclenques. Los de la derecha, recién inventados sobre la marcha. Los de la izquierda, debilitados por décadas de represión y clandestinidad. El tónico que se les aplicó fueron las listas cerradas y bloqueadas, que dejaban en manos de los aparatos el futuro de todo aquel que aspirase a un cargo público por un sistema de cooptación que recordaba al leninismo.

Y desde luego que ganaron en fuerza los partidos. Tanta que, al cabo de unos años, los aparatos no tenían dificultad para aplastar a sus militantes díscolos, o simplemente discrepantes, y someter a sus votantes a un menú obligatorio y único, como el rancho de los cuarteles. Para dar voz a la militancia (incluso a los simpatizantes) se importó la idea de elecciones primarias. Qué buena idea, ¿no? Bueno, pues igual que siempre: algunos se burlaron de ella. Esos mismos que hoy la aplican en sus partidos.

Pero estos últimos procesos de listas para la multitud de elecciones que tenemos a pocos meses vista están demostrando que la gatopardización ha funcionado con eficacia y de manera extendida. Alguien dijo que la economía es demasiado importante para dejarla en manos de los economistas (y que la guerra es demasiado importante para dejarla en manos de los militares, y que…), así que los dirigentes políticos han decidido que los partidos son demasiado importantes para dejarlos en manos de sus militantes, de modo que las listas que finalmente tendrá que validar la Junta Electoral solo tendrán un remoto parecido con las que salieron de las primarias. De todo hay en la viña del Señor, desde el comité federal de Sánchez al dedazo aznariano de Casado, pasando por los chapuceros pucherazos de Rivera. Lo de Unidas Podemos y sus variopintas confluencias daría para una tesis doctoral, así que lo dejo. Y Abascal responde de sus listas ante Dios y la Historia…

Vaya por delante que entiendo las razones. Casado y Rivera quieren verse rodeados de sus leales más leales, no vaya a ser que los resultados no cumplan sus expectativas y sean sus propios parlamentarios, y sus barones territoriales, los primeros en apuñalarlos por la espalda. Aunque tampoco garantiza nada colocar ahí a tu ahijado y, si no, que se lo digan a Julio César. Y en cuanto a Sánchez, tampoco debería extrañar su comportamiento con los que hace poco le arrojaron por la ventana de Ferraz. Creo que en las listas por Zaragoza ha sido muy generoso.

Pero entonces ¿por qué gastar dinero, tiempo y energías en votar a los candidatos? Eso es lo que se preguntan hoy quienes votaron. H<b>*Diputado constituyente del PSOE por Zaragoza

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