El artículo 6 de la Constitución exige a las formaciones políticas democracia interna. En marzo del 2018, PSOE, Unidos Podemos y Ciudadanos pactaban en una subcomisión del Congreso que se obligara a los partidos a convocar primarias sufragadas con dinero público. El PP no votó el documento pero a las pocas semanas se abrió por primera vez a elegir por este sistema al sustituto de Rajoy. Aquello tuvo su miga, porque después de cacarear que siempre debía mandar la lista más votada y nunca permitir una «alianza de perdedores», saldó la cuestión con un acuerdo entre el segundo y la tercera que cortocircuitó a quien resultó vencedora en primera ronda. Después llegaron los comicios andaluces y refrendaron su cambio con una entente con Cs y Vox. Es decir, segundo, tercero y quinto se aliaron para desalojar al primero, el PSOE.

Tras el experimento sucesorio entre Borrell y Almunia en 1998 del que salieron escarmentados, los socialistas volvieron a utilizarlo en las autonómicas y locales del 2003 y 2011. De lo acontecido entre Sánchez y Susana Díaz está todo dicho aunque puede que no resuelto. Su dilema ahora es si los candidatos que han vencido en primarias para las autonómicas y locales tienen derecho a formar equipo de confianza propio o se les debe imponer en función de una votación de las bases entre bastidores. En esas está Pilar Alegría, por ejemplo.

En Cs, donde tanto insisten en la regeneración, han destacado más por su política de fichajes, en algunos casos con demasiadas sombras. La manera de gestionar lo de Silvia Clemente y los pucherazos amenaza con fuegos en otros territorios. Sin duda es el partido donde menos se disimula y más explícitamente se ve la diferencia entre candidatos oficialistas y el resto de aspirantes.

La izquierda, nueva y vieja, abierta no solo a militantes sino a inscritos en general, tampoco cumple sus expectativas. Han quedado enrededados en la maraña de cuotas en listas y posterior reparto de recursos, lo que posibilita acuerdos en un sitio mientras los niega en otros, con desmarques notables y la consiguiente fragmentación del voto. Sin noticias sobre un programa común y menos aún de esa llamada a la unidad y a la movilización antifascista de Pablo Iglesias tras el fiasco andaluz.

Es claro: nadie acierta con el sistema de elección interna porque dentro de los partidos ocurre lo mismo que fuera: solo importa estar en el sitio exacto en el momento justo. ¿Y la ciudadanía? ¡Ah!. Bien. Gracias. H *Periodista