Aunque no lo parezca la campaña electoral comienza mañana, es decir, que todo lo oído hasta ahora sin otro objetivo que desarticular al adversario ha sido dicho desde la trinchera. Será a partir de mañana cuando los candidatos entren en el cuerpo a cuerpo, y si nos atenemos a los navajazos que asoman y a la baja consideración que los electores tienen de los aspirantes a gobernar España hay que temerse lo peor. Convendría tener a mano primperan, que es un medicamento que actúa en una zona del cerebro que previene las náuseas y los vómitos, porque según el CIS el nuevo gobierno lo decidirá el último voto de las provincias más pequeñas y lo van a pelear a estacazo limpio. Metafóricamente, claro.

Los supuestos ganadores mantienen un perfil bajo. Sánchez está quieto y callado, sabe que la euforia es mala consejera y que los errores en campaña se pagan caros. Además, hasta el líder guipuzcoano del PP ha salido en su defensa ante el violento exabrupto de Casado, muy descontrolado ante las encuestas: «Los socialistas han sufrido como nosotros y hemos llorado muchas veces juntos, no se les puede acusar de preferir las manos manchadas de sangre». Abascal sigue desaparecido, Rivera no ha reaccionado ante la posibilidad de que no se reedite el pacto a la andaluza y Pablo Iglesias se ha venido abajo hasta el extremo de plagiar a Manuel Pizarro enarbolando una Constitución de bolsillo. ¿Qué queda de aquel partido, fresco y original, del programa catálogo de Ikea? Espero que sepan superar el discurso de Echenique, que ahora nos viene con que las elecciones del 2016 fueron amañadas.

*Periodista