El reportaje de la revista Tiempo sobre el perfil de la infanta Leonor de Borbón ha armado bastante revuelo. El motivo parece descansar en algunas de las aficiones de la hija de Felipe VI y de Letizia. Leonor lee a clásicos como Stevenson, Charles Dickens, J. R. Tolkien o Lewis Carroll y entiende de cine al punto de apreciar las películas e Akira Kurosawa, en concreto la mítica Dersu Uzala. Diversos comentarios en redes sociales han criticado tales inclinaciones o hábitos, al considerarlas pretenciosas o quizás inapropiadas para una niña de 12 años.

Yo, en cambio, le alabo el gusto, el buen gusto a esta princesa niña que, en lugar de perder el tiempo viendo Gran Hermano, Sálvame o cualquier de esos perniciosos programas de televisión, jugando a los marcianos, a la play, a la consola, escuchando música tipo salchipapa o leyendo a los imitadores de Moccia se instruye con autores que dominan el arte de la ficción y de la expresión, y que son sensibles a los valores humanos, a la naturaleza, a las tragedias cotidianas, anhelos y esperanzas del ser humano. Criticar a quien sea por leer Oliver Twist habla mucho y mal en detrimento de ese crítico aflorado a las redes sociales como la sucia espuma de una ola gigante que recorre en sentido contrario la marea de la civilización. Pues vamos, desdichadamente, en la onda de la cultura basura, hacia atrás.

Probablemente, entre las críticas y críticos a Leonor habrá antimonárquicos y es legítimo que lo sean, como puede ser uno agnóstico, republicano y solidario con cualquier causa. Pero estos antimonárquicos que condenan determinados comportamientos de la Casa Real, a las Corinas, a los elefantes, el estilismo de la reina o las lecturas de las infantas no acaban de desvelar sus cartas. Sería más honesto, y clarificador que se opusieran limpia, honesta y públicamente a la institución monárquica. Que, amparados por sus siglas, reconocieran estar en contra del modelo de Reino. De ampliar esos vetos a la Iglesia, al Ejército o al sistema económico deberían asimismo incluirse en el programa electoral, a fin del que votante no se llame a engaño, evitando que los líderes de izquierdas o derechas radicales engañen a nadie.

Lo contrario, el amago, la descalificación parcial, esas supuestas campañas de desgaste solo conducirán al reforzamiento de las morales convencionales y tradicionales y de los partidos de derecha moderada, como el PP.