Gabriel García Márquez era un hombre de grandes principios. No solo morales. Los de sus novelas son de una belleza literaria y una perfección inigualables. El más conocido es el comienzo de Cien años de soledad. escrito en el año- años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo". A la misma altura, raya el inicio de Crónica de una muerte anunciada (1981), que tiene la dificultad superior de atraer con entusiasmo con un texto en el que en su primera línea conocemos ya el desenlace de la novela: "El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo". Y el tercero en la lista sería el comienzo de El amor en los tiempos del cólera (1985): "Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados". Son tres principios definitivos separados por 18 años, una prueba del perfeccionismo indesmayable de García Márquez. Entre su obra destacan: Del amor y otros demonios, que hay que leer con un lápiz porque es imposible no subrayar su cantidad de frases deslumbrantes. Periodista