Hay que tener paciencia ha sido el estribillo de la canción del verano. Todos la hemos tarareado por pegadiza y porque además esta cargada de buenas razones, entre ellas que el futuro, pese a lo intangible del presente, tenía o tiene que mejorar un pasado indigno hasta de recordar. La derrota de anoche en Tenerife no varía las fechas del calendario de ese margen de confianza casi universal en la construcción de un nuevo equipo, pero el meneo que le dieron al Real Zaragoza en su debut obliga a repasar la letra pequeña de ese acuerdo de no enjuiciar al recién nacido hasta que se matricule en la universidad. Si se lee con atención, a pie de página sólo aparecen dos palabras con firmas de su director deportivo y de su entrenador: competitivo y fiable. En la notaría no se recogen otros avales.

En el Heliodoro Rodríguez, el conjunto aragonés prolongó su mala pretemporada con la peor versión de sí mismo. No pisó área pese al enorme despliegue de recursos de Borja Iglesias, delantero de tronío si no fallece solo en el intento atacante; permitió que la suya fuera una alfombra roja para el Tenerife con buen número de concesiones defensivas y en el centro del campo careció de presencia constructiva y de eficiencia contenedora. Natxo González tampoco estuvo fino con su propuesta para este inicio de campeonato, si bien es cierto que el técnico también se halla en periodo de aprendizaje. Jugadores y entrenador disponen de tiempo suficiente para desarrollar una armadura competitiva y fiable. Pero, ¿para qué? Esa es la cuestión.

La calma solicitada tiene sentido cuando va engarzada a un proyecto bien expuesto y elaborado. En ese caso, el tiempo se mide sin urgencias históricas y con pulso comprensivo de la afición. Si no es así y los resultados no acompañan, se disuelve como un azucarillo en su propia indefinición y estallan las tormentas amargas. El riesgo que corre el Real Zaragoza es, una vez más, su exposición subliminal a grandes conquistas con una economía modesta. No tiene ni pies ni cabeza, pero el argumento amputado aunque seguido por no pocos feligreses incluso dentro de la directiva, sostiene que el club recibirá el impulso de su gloria pretérita para regresar donde se merece. Si falla la fe, siempre queda la teoría mundana de que esta categoría es muy igualada y puede pasar de todo. Lo peor no se contempla, claro.

La derrota en Tenerife no dice nada por ser tan temprana y grita verdades como puños. La primera de las certezas habla de un Real Zaragoza que necesita mucho rodaje para parecerse a un equipo. La segunda, que persiga lo que persiga y exprimiendo las exigencias de su límite salarial ha de añadir dos o tres elementos importantes a su plantilla (lo antes posible un central y un extremo con desborde. El menú se puede ampliar al gusto). Una más: que algún gestor admita que el ascenso directo es una quimera y el indirecto un sueño remoto, quizás que el Real Zaragoza actual debe crecer día a día (año a año por terrible que parezca) sobre la verdad, fuera del recipiente de un reloj de arena que estrangula su realidad y conduce al cadalso a la mayoría de sus protagonistas. La paciencia, señores, tiene principios... Y hay que merecerla sin miedo a ser honesto, fiable.