A pesar de que lo defraudado con las tristemente famosas tarjetas opacas de la Caja de Madrid es una minucia por comparación a los miles de millones que en esa entidad bancaria se perdieron como consecuencia de la golfería de su plana mayor, las tertulias radiofónicas y televisivas se han puesto al rojo vivo, criticando a los beneficiados sin entrar a analizar la corrupción del sistema que ha propiciado esa desvergüenza. Aparentar ser honestos cuando no se tiene la posibilidad de delinquir no tiene ningún mérito.

Dado que no todos los partidos políticos han estado involucrados en ese asunto, lo lógico sería que la ciudadanía diera la espalda a los que colocaron allí a sus paniaguados y que, en cambio, apoyara en las próximas elecciones a aquellos otros que no se mancharon. Sin embargo, yo creo que no ocurrirá así debido a que quien más y quien menos piensa que los que no han participado en esa turbia corrupción ha sido porque no han podido, bien por no disponer de suficiente entidad, bien porque entonces ni siquiera existían. Mi punto de vista es que dentro de unos meses nadie se acordará de ese saqueo. En cambio, todos nos acordaremos de los escandalosos privilegios legales de que disfrutan los políticos, en una época en que hay miles de familias con todos sus miembros en el paro, una cuarta parte de la población en situación de pobreza, montones de familias desahuciadas de sus viviendas por carecer de ingresos, y cuando todos los servicios públicos han sido esquilmados por la falta de un presupuesto justo.

En una situación social tan calamitosa como la que está atravesando este país no tiene justificación que los salarios de los políticos sobrepasen en muchos ceros al salario mínimo interprofesional, que en bastantes casos cobren más de mil euros por asistir a una reunión en la que probablemente se limitarán a escuchar y a tragar, que existan miles de asesores puestos a dedo recibiendo unos emolumentos desproporcionados por el mero hecho de aplaudir a quienes los han colocado, que haya una escandalosa superposición de administraciones con las mismas competencias siendo el único objetivo enchufar a colegas y amiguetes, que se mantengan otras instituciones sin competencias específicas siendo que su abrumador costo podría dedicarse a paliar las situaciones sociales más extremas.

Son esos privilegios los que están llevando a la política española a niveles de descrédito jamás conocidos y los que, a mi modo de ver, explican el desapego de la ciudadanía a los partidos políticos tradicionales y, por el contrario, su adhesión a aquellos otros como Podemos. Los líderes de los clásicos partidos y los tertulianos más ligados a esa casta de privilegiados afirman una y otra vez que el programa de esa nueva formación política es demagógico e irreal, lo cual parece más que evidente. Que yo sepa no existe ningún estudio empírico capaz de explicar los motivos del aumento espectacular de este partido, pero tengo la impresión de que su atractivo no reside en el programa, sino en su promesa de acabar con los privilegios de la casta que nos gobierna desde hace cuarenta años.

Parece existir unanimidad en que hay que terminar con la corrupción de los partidos políticos, pero mientras existan leyes que permitan vivir a sus líderes como auténticos señoritos, es comprensible que la ciudadanía entienda que el único modo de acabar con las formaciones políticas que estos años han estado viviendo de la sopa boba es apoyando a aquellas alternativas populistas existentes o que puedan surgir. Personalmente opino, y como yo también mucha gente, que estos nuevos mesías se aprovecharán de esos privilegios legales cuando toquen poder, pero mientras tanto es lógico que mucha gente perciba que son esas plataformas mesiánicas las más eficaces para tirar por la borda a todos los políticos corruptos que hasta ahora nos han gobernado, y a aquellos otros no corruptos que se han aprovechado de los escandalosos privilegios que la actual legislación les proporciona. Así ocurrió después de la crisis del veintinueve del pasado siglo con el nazismo y puede ocurrir otra vez.

A la vista del masivo desencanto existente, también puede suceder que en las próximas elecciones la mayoría de la gente se quede en casa y no vaya a votar, pero en este supuesto continuarían gobernando los de siempre, ya que sus militantes y simpatizantes les seguirían votando. En el año 2004 Saramago relató en su novela Ensayo sobre la lucidez el caso de un hipotético país en el que la gente decidió abstenerse masivamente y el resultado fue que las cloacas del gobierno se pusieron en marcha para mantenerse en el poder, machacando a los supuestos culpables, o inventándolos cuando no los había. Yo mismo he relatado en otra novela, que aparecerá publicada a finales de este año (mismos perros con distintos collares), una situación semejante donde el partido en el gobierno obtiene mayoría absoluta con tan solo un 20% de votantes. Como reacción, surgió una nueva formación populista y en la siguiente elección ganó sin paliativos. Sin embargo, su manera de gobernar fue muy parecida a la del gobierno anterior, a pesar de sus proclamas en favor de la democracia participativa.

Catedrático jubilado. Universidad de Zaragoza