Desde este 1 de enero ya es legal cultivar marihuana en casa y comprarla en comercios autorizados en el estado de California, la sexta economía mundial con una población de casi 40 millones de personas. La legalización, tras haber superado un plebiscito celebrado el mismo día de las elecciones presidenciales, afectará a numerosas condenas judiciales de forma retroactiva y servirá en muchos casos para borrar los historiales delictivos que arrastran miles de californianos tras décadas de persecución policial contra el uso de la hierba.

La autorización pone en marcha asimismo un negocio multimillonario del que, además de a los empresarios del sector, se lucrará especialmente el Estado a través de los impuestos que gravarán el comercio. Aunque con dimensiones bien diferentes, el caso de California resucita el debate sobre la regulación de la marihuana en España, país que está entre los tres primeros de la UE en cuanto consumidores de la sustancia. Por un lado, los efectos medicinales obliga a tratar el tema no como asunto criminal sino de salud pública. Y por otro, se debe acometer decididamente la regulación de los clubs cannábicos para garantizar la exclusión de las mafias, que ahora se benefician del desorden, así como el consumo respetuoso con los derechos de los no consumidores.

Los datos sobre el aprendizaje del inglés no son especialmente optimistas. El English Proficiency Index, elaborado por la organización Education First, es un barómetro de prestigio y sitúa a España en la cola de Europa, por encima solo de Francia e Italia, como publicó este diario. Hay muchos factores que inciden en este mal posicionamiento. Uno de ellos es posible que sea el hecho de contar con lenguas poderosas en cuanto a la magnitud de hablantes y tradición lingüística. Otros, por supuesto, en el caso español, son la herencia franquista del doblaje de películas y la poca predisposición de la sociedad, durante muchos años, a acceder al dominio de una lengua extranjera. En la escuela, el panorama no solo es desolador en cuanto al conocimiento sino que afecta a la equidad educativa y eterniza las diferencias entre los alumnos, una zanja que cada día es más notable. Solo aquellos que tienen la posibilidad de ampliar sus estudios fuera del recinto escolar están en condiciones de acceder a una lengua que será capital para su futuro. Se llevan a cabo iniciativas loables, como el proyecto de impartir materias no lingüísticas en inglés, o como la aparición de nuevas generaciones de maestros en disposición de incorporarlo en la educación, pero aún estamos en pañales. Conviene revertir las cifras a base de una política efectiva, duradera y fundamentada, que vaya más allá del mínimo conocimiento elemental que hoy se ofrece.