Aunque ya estoy jubilado he pasado quince días de descanso en un pueblo de Los Monegros, tan cerca y a la vez tan lejos del mundo en el que llevo ordinariamente la vida. Ha sido como si no fuera aquí y ahora, en este mundo, y estuviera en otro por hacer sin hacer nada. Un jubilado y, además, de vacaciones en el desierto es el colmo de la ociosidad: perdido para todos y todos para él, está de sobras si no se encuentra consigo. Así que he tenido tiempo y ocasión para pensar en mí y, al encontrarme perdido, he pensado también en todo sin remedio. Y he vuelto, antes de volver a Zaragoza, a la realidad inevitable.

Después de cambiar las ruedas del coche, me eché al monte un día a ver conejos y llegué a la ermita de San Gregorio (de Ontiñena) donde no había nadie, ni el ermitaño, y apenas la presencia de la ausencia de un pueblo que estuvo en su día y dejó una campana muda, reliquias descuidadas, una fuente ciega y --en el refugio-- un paquete de sal, una botella de aceite, cerillas y un fajo de leña junto a la chimenea. Pero de regreso me encontré una mujer en el camino, la saludo y solo sabe decir: "búlgara, búlgara" y llamar a los animales de un rebaño que me cierra el paso. Aparco el coche, pasan de largo mil cabezas de ovejas y cabras con sus cuerpos y en la zaguera, con dos perros y el pecho al aire, un hombre arreando al rebaño con su cayado. De pronto he pensado en los inmigrantes que vienen del Este porque pueden y en los que llegan del Sur aunque no les dejen. Y me acuerdo de lo que dijo el ministro del Interior hace unos días: "Somos conscientes de la desesperación que a estas personas les lleva muchas veces a intentar de forma masiva e incluso violenta y de forma ilegal, pero el fin no justifica los medios" ¿Lo entienden? Yo me explico que lo diga, pero no comprendo lo que dice ni lo comparto: No, Sr. Fernández, no se debe saltar la valla de los derechos humanos alegando que otros saltan, desesperados, la valla de Melilla. El fin no justifica los medios, ¿me entiende? Le aconsejo que ponga su política al servicio de fines más altos y, si me apura, más fáciles de alcanzar que la defensa de nuestras fronteras contra la esperanza desesperada de los pobres. Vivimos en un mundo mundial en el que no hay fronteras físicas impermeables y en el que se levantan otras menos tangibles como los prejuicios y la xenofobia, los fanatismos nacionalistas y religiosos, que también hay que derribar.

En un mundo confuso como botella agitada donde todo se mezcla, el reto es la convivencia. Ya no hay aves de corral, pero sigue habiendo granjeros y ganaderos. Eso es lo malo. Y "expertos" empeñados en domesticar a la gente. Ya vale. Se puede ser catalán y español, europeo y ciudadano del mundo. Lo que ya no se puede ser es humano sin respetar la dignidad humana de todos. Ni estar aquí sin estar a la vez en todo. Aquí es el lugar de la responsabilidad. Por ahí es la evasión donde uno se pierde --aunque este aquí con el cuerpo-- sin estar para nadie.

Hay una identidad contra los otros, una "in-sistencia" que se defiende contra todo el mundo. Y otra identidad frente a los otros, que da la cara y mira a los ojos, que extiende la mano y abre los brazos, acogedora, abierta: es a lo que llaman los filósofos "ex-istencia". La insistencia cae en un agujero, se enroca y vive a la defensiva.

Sin renunciar a ser aragonés, me declaro ciudadano del mundo. Como tal abomino y denuncio, ¡qué horror!, la violencia terrorista del Estado Islámico, que degüella periodistas, y lleva desnudos al matadero como a un rebaño a doscientos cincuenta soldados enemigos. Si esto no nos hace pensar no estamos en este mundo, y si no hacemos nada tampoco. Perdonad que diga: el problema aquí no es el paro, el problema aquí --en el mundo-- es el hombre. Pensar en ello es solo el principio, empezar a trabajar la solución. Sabemos hacer muchas cosas y podemos hacerlas --si queremos-- para resolver la supervivencia de la especie humana, satisfacer las necesidades básicas y acabar con el hambre en el mundo. Tampoco ese es el problema. El problema es el hombre, tu problema y el mío. Porque todos tenemos trabajo en el quehacer de la vida y nuestro huerto , compañeros, es la parcela de humanidad que nos ha tocado: la existencia. Ojalá pudiéramos decir cada uno como Agustín: "Yo, por mi parte, trabajo en ello y trabajo en mi mismo y me he hecho a mi mismo tierra de dificultad y de excesivo sudor".

Filósofo