Los problemas de España siguen intactos desde el reciente cambio de Gobierno, aunque ahora hay algo diferente: se reconocen y se proponen soluciones. Cuatro asuntos sintetizan nuestros males económicos: baja productividad, excesiva desigualdad social, atracción fatal por el endeudamiento e insuficiente impulso en la transición hacia una sociedad sostenible. Ninguno es nuevo, ninguno se resuelve solo y ninguno es compatible con un país abierto a la globalización y a la transición digital, pero dispuesto a mantener un elevado nivel de bienestar social.

España mantiene una importante brecha de productividad horaria con Alemania, mientras la productividad total de los factores apenas crece desde hace 20 años y está muy por debajo de la media de países más avanzados. No es, pues, un problema de ahora, pero es un problema grave que la actual recuperación no está resolviendo. Conocemos los factores que explican esta «diferencia española»: baja intensidad en innovación productiva (gastamos en I+D, en términos de PIB, la mitad que los países avanzados), un mercado laboral precario (abuso de contratos temporales, mal pagado, escasa FP) y un tejido empresarial en el que las empresas con menos de 10 trabajadores ocupan al 40% de la fuerza laboral, pero solo aportan el 26% del valor añadido bruto.

Nuestra renta per cápita está más relacionada con las horas trabajadas que con la productividad por hora, lo cual es un indicador claro de país tecnológicamente poco avanzado en el que coexisten empresas totalmente punteras a nivel internacional, rodeadas de un mar de microempresas con baja productividad.

La preocupación por la desigualdad social fue uno de los ejes de la reunión de Davos última y de informes del FMI que observan cómo la suma de globalización más robotización está depauperando a las clases medias y, con ello, afectando al crecimiento y al propio proceso democrático. Entre nosotros, el Banco de España ha señalada que la crisis ha golpeado con mayor dureza a las capas más bajas y que la actual recuperación no corrige este hecho. Solo como ejemplo, mientras que el 22% de la población está por debajo del umbral de la pobreza, el número de supermillonarios ha crecido un 24% en los últimos cinco años, dibujando un país donde la desigualdad en la riqueza es, incluso, mayor que en la renta. A ello han contribuido de manera especial tres cosas: un elevado paro (casi) estructural y sin cobertura; una reforma laboral que ha debilitado la capacidad negociadora de los trabajadores (predistribución), así como un Estado que no cumple de manera eficaz con su tarea de redistribución, ya que no contribuye más quien más tiene, ni recibe más quien más lo necesita.

Baja productividad más escasa redistribución de renta y riqueza han construido un modelo de crecimiento donde familias, empresas y Estado recurren al crédito bancario más que en otros países de nuestro entorno. La tasa de ahorro de los hogares (5% de la renta bruta disponible) se sitúa en esta recuperación por debajo del promedio histórico (9,5%) y muy por debajo de la zona euro (12%). Además, el ahorro se concentra en vivienda (crédito hipotecario) y hasta el actual repunte del consumo tiene una alta dependencia del crédito bancario. Por ello, aunque hemos hecho un proceso acelerado de desapalancamiento privado desde el 200% del PIB que alcanzó la deuda de empresas y familias en el 2010, aún estamos en el 140%, a lo que se debe sumar el 100% del PIB de deuda pública, que no ha bajado pese a la recuperación.

La vulnerabilidad de nuestro país en un escenario alcista de tipos de interés e inflación baja es, pues, muy elevada. También nos hace vulnerables el retraso en la transición hacia una economía descarbonizada, en una sociedad baja tanto en emisiones de CO2 (renovables) como en generación de residuos (economía circular). La sostenibilidad medioambiental es ya en un elemento básico de competitividad, como admiten los departamentos de riesgo de las entidades financieras, y en eso no vamos por buen camino ya que ni hemos reducido emisiones ni dependencia del petróleo o del carbón, y la acumulación de basuras sin tratar es un serio problema.

Cuatro grandes retos de país, en busca de un Gobierno decidido, tras constatar la herencia recibida, a impulsar las reformas necesarias mediante amplios consensos políticos y sociales. Porque la fuerza de un Gobierno democrático no es su capacidad para imponerse de forma unilateral, sino para sumar apoyos.

*Economista. Miembro del PSOE