Quince minutos antes de que el Real Madrid desplegara su furia en el Santiago Bernabéu, entraba en la prisión de Zuera Ortega Cano. Un cuarto de hora después, ya les digo, España se volvía a paralizar aupada por la única circunstancia que nos hace caminar al unísono: el fútbol.

Pero yo me quedé con las imágenes del extorero que atropelló y mató con su coche a un peatón. A las 20.30, hora de su ingreso en la prisión de Zuera, decenas de periodistas de toda España, disparaban sus flashes y conectaban sus casetes, por si el acusado decidía comentar algo. Otros reporteros cubrían la casa de la hermana de Ortega por si se dignaba relatar sus emociones...

Es una noticia, lo sé, es incluso una noticia que hay que cubrir, pero no me cabe duda de que le añadimos un quintal de morbo. Me aturde descubrir que todavía exigimos como consumidores de noticias, esas imágenes y fotos que afectan menos a la ética y conducta de la buena conducción, que al picolado y embutido de los más bajos menudillos en forma de sentimientos. Si entrando Ortega en la cárcel se hubiera parado a decir algo, una mierda, no sé, habría estallado el globo.

Los dos asuntos que les cito, fútbol y fama, abrieron los debates de ayer. Son nuestros signos de identidad más españoles y castizos. Son nuestro producto interior más bruto. Nos exigen kilowatios de consumo en el disco duro de nuestro cerebro. Los toros sin embargo están de capa caída. Yo creo que doña Espe debería tomar nota.