El sábado pasado nos enteramos en la primera y a toda página de este diario de que "casi la mitad (44%) de los profesores aragoneses afirman estar desmotivados", según una encuesta elaborada por el sindicato CSIF. Como me quedé algo perplejo ante la noticia, pues eso de la motivación puede ser un asunto complejo e intrincado, amén de bastante relativo, me puse a indagar de inmediato.

Pregunté, por ejemplo, al obrero que estaba echando cemento en la calle a esas horas de la mañana de un sábado por su grado de motivación, y se me quedó mirando como un zombie. Toño se había pasado dos días seguidos conduciendo por las carreteras hispanas, y a esa misma pregunta respondió que le gustaba mucho mi sentido del humor. Como algunos profesores dicen en las encuestas además que echan de menos un mayor reconocimiento de la figura del profesor, seguí preguntándome si también el repartidor, el médico, la cajera o el administrativo exigen reconocimiento social o simplemente van a lo suyo, hacen su trabajo, y punto.

La cosa se fue aclarando algo más cuando acudí a los datos correspondientes al año 2004 (los que tenía a mano en aquellos momentos) y comprobé que el número de profesores aragoneses de enseñanzas no universitarias ascendía a 16.153, y como la encuesta de referencia, sin ninguna pretensión técnica rigurosa, se basaba sólo en las respuestas voluntarias de 864 profesores afiliados o simpatizantes a ese sindicato, es decir, en el 5,34% del profesorado aragonés, pude concluir que quienes habían afirmado estar desmotivados eran 380 profesores (el 2,35 % del total).

TODO PROFESOR, cualquier ciudadano, tiene derecho a expresar libremente su opinión, así que nada hay que objetar a la opinión de ese 2,35 % del profesorado. Lo que pasma es imaginar que algún sector de la ciudadanía aragonesa haya podido llegar a pensar por esa noticia que la mitad del profesorado aragonés anda por las sendas de la desmotivación. Ateniéndome a lo que percibo diariamente, creo que la realidad está algo alejada de semejantes diagnósticos.

HAY UN SECTOR del profesorado que parece estar empeñado en mostrar y demostrar que el mundo de la enseñanza va de mal en peor, pues parte del principio de que cualquier tiempo pasado ha sido menos malo que el actual. En este contexto, algunos de ellos dicen haber sentido desprecio en alguna ocasión dentro del aula, e incluso una minoría dice haber sufrido alguna agresión física. Echan la culpa de todos estos males a la falta de disciplina, la ausencia de valores, el deterioro de las familias o la falta de reconocimiento de la figura del profesor (jamás he visto un colectivo de trabajadores que exija con más ahínco su valoración social que algunas agrupaciones de profesores, pero ya se sabe que, como otrora dijo alguien, a base de repetir las mismas cosas acaban convirtiéndose en grandes y aplastantes verdades).

Una de las afirmaciones más repetidas es la dureza del trabajo del profesorado en la actualidad. Ciertamente, la enseñanza no es precisamente un camino de rosas, pero está por ver qué trabajo lo es. En cualquier caso, afirmar que al profesor "sólo le queda coger la baja por depresión" puede enlazar tanto con la dureza de su labor como con la facilidad que pudiere tener para obtener una baja sin que la estabilidad laboral sufra el menor menoscabo. Aun a riesgo de que la publicación de estos datos pueda irritar a algunos sectores del profesorado, esa dureza se aminora también cuando, a la vista del calendario escolar del presente curso en Aragón, de los 365 días del año, un profesor de Secundaria ha de estar obligatoriamente en el centro durante 190 días (52%) e impartir clases durante 169 días (46,3%). Nadie pone en duda que la labor de un profesor sea difícil y dura, pero, por muy odiosas que sean las comparaciones, quizá esa dificultad y esa dureza no son mayores que las de otros muchos trabajos existentes en cualquier calle, comercio, oficina o taller.

Por otro lado, hay trabajos que llevan dentro de sí la enorme recompensa de todo lo que pueden aportar al mundo a través de sus jóvenes generaciones. Pocos trabajos son tan valiosos y hermosos, tan importantes y decisivos, como el de educar y enseñar. Sería una verdadera tragedia para la sociedad que realmente casi la mitad del profesorado estuviese falto de motivación. Un buen profesor puede realizar una labor magnífica, pero un profesor desmotivado puede causar estragos, además de inyectar toneladas de aburrimiento en el aula.

Profesor de Filosofía