Un prontuario no es más que un resumen o apunte sucinto de lo que conviene tener presente respecto de cierta área de conocimiento y en el caso que motiva este artículo, es un excelente trabajo relativo al Reino y a la Corona de Aragón. Bienvenido sea porque nos va a resultar muy útil, barrunto que indispensable, para saber y defender la verdad de nuestra historia, poniéndola a salvo de falacias vecinales, que no son pocas.

Ese prontuario aragonés como se advierte en las líneas preliminares del libro, no podría ser por tanto, la completa historia de Aragón y de su gloriosa Corona; solo aspira a explicar (y a orientar), "en forma de léxico dispuesto alfabéticamente", ciertos hechos principales para la comprensión del Reino y de la Corona de Aragón que otro nombre nunca tuvo, como conjunto político soberano y que en más de una oportunidad, sirvió de modelo institucional a otros territorios.

Una vez, estando en el Congreso y en el turno final de explicación de voto sobre el proyecto de ley del Defensor del Pueblo, si bien en principio no me proponía intervenir, luego me sentí llamado a hacerlo porque los que iban hablando, citaban toda suerte de antecedentes menos el de Aragón, así que pedí la palabra a tiempo de recordar a la Cámara que no había pretérito más paladino, que el del Justiciazgo aragonés. Nadie replicó, naturalmente.

Nuestra historia nunca fue un reducto cerrado a las influencias foráneas; las particularidades aragonesas no eran incompatibles con la universalidad ni temieron la comunicación con saberes foráneos, más bien, se supieron aprovechar. La opinión común o al menos la dominante, entiendo que atribuye en Aragón el primero de los puestos de historiadores a Jerónimo Zurita, que nació y murió en Zaragoza (1512-1580); su obra cumbre pero en absoluto la única, fueron los Anales de la Corona de Aragón, que comienzan con la invasión islámica y alcanza a historiar como apéndice, hasta la vida y obras de Fernando II el Católico y sus empresas y ligas de Italia.

Aunque no le falte la crítica de que en alguna ocasión, se dejó llevar de datos extraídos de fuentes literarias, Zurita, gran cronista, fue un modelo irreprochable de ecuanimidad. Como apuntaba Antonio Ubieto, haciendo la semblanza de aquel, el constante propósito de Zurita (paradójicamente, secretario de Felipe II), consistió en "historiar con la máxima honradez, desechando consejas" y revisando las fuentes empleadas con toda pulcritud.

Suele ser ameno y sencillo leer episodios en los Anales de Zurita. Entre otros extremos, tengo señalado en ellos, el año 1096, en el que al aludir a San Jorge, casi más invocado como guerrero que como santo y acerca de su presencia en la batalla de Alcoraz, explicaba que bastaría que lo que parece verosímil se admitiese por verdadero. Pero ¿estuvo o no estuvo San Jorge en aquella oceánica batalla que significó la reconquista de Huesca por Pedro I? Zurita añadía cautelosamente, que "ni pienso afirmarlo por constante ni contradecirlo", cualquiera que fuese la opinión del vulgo.

El también inolvidable historiador Ángel Canellas y del que tuve la suerte de ser amigo, emprendió en los años 60 y para la Institución Fernando el Católico una reedición crítica de los Anales, elaborada tan cuidadosa como sencillamente. Fue un trabajo espléndido que hace aún más atractiva la lectura de los Anales.

Casi no sé por qué, he empezado la lectura de prontuario tan nuestro, por la Concordia de Alcañiz y el ulterior Compromiso de Caspe, testimonios complementarios de una buena manera de hacer política; por eso debió ser.

Enhorabuena a Guillermo Fatás y a cuantos compongan ese enigmático Equipo CYP y también lógicamente, a nuestras Cortes por editar la obra; ahora falta distribuirla concienzudamente y que la leamos o consultemos para aprender y defender lo que esta tierra y gran comunidad humana significa.

Recomiendo consultar con frecuencia prontuario tan nuestro y dejarse guiar por ese bosque de palabras, cada una de las cuales nos dirige a episodios básicos o accidentales de la Historia de Aragón y de su también gloriosa Corona que acabó desembocando en España, a mucha honra.