Como imaginarán «A propósito de todo» es un guiño al A propósito de nada de Woody Allen, el título de su autobiografía recién publicada en España por Alianza y que en países como EEUU o Francia ha topado con una censura incomprensiblemente cerril. Se supone que él, Woody Allen, cuenta su vida porque sí, sin más. Sin embargo, a nadie se le escapa que mucho ha tenido que ver su afán por negar, desmentir y desmontar las acusaciones de que viene siendo objeto desde hace años, tan es así que dedica unas cien páginas del libro a ese fin. Pero no se alarmen no tenía pensado resumirles aquí mi vida ni tiene el interés de la de Allen, ni mi intenso sentido de la privacidad, ni mi pudor me lo permitirían.

Más bien el «a propósito de todo» se debe a que vivimos un momento de nuestras vidas en el que todos los aspectos -de los profesionales a los familiares, personales o públicos- todos están atravesados por la pandemia. No es solo que un perímetro de incertidumbre circunde nuestro día a día es que no conformándose con eso va adentrado sigilosamente en nuestro ánimo, nuestra memoria, nuestro espíritu. De sobra sé que la palabra «espíritu» es casi una palabra en peligro de extinción en nuestro idioma. Probablemente ello se deba, al menos en parte, a esa costumbre tan nuestra de vivir en péndulo: o los más religiosos o los más ateos, o los más de izquierdas o los más de derechas, o los más republicanos o los monárquicos más fervientes.

En Francia, país manifiesta y ostentosamente laico, ciertas libertades como la de expresión, opinión, conciencia, enseñanza o religión reciben el nombre de «libertés de l’esprit». Si aquí alguien osara bautizarlas así se canjearía sin más ni más un odio perenne entre quienes erróneamente vislumbraran en ello cualquier atisbo de rescoldo religioso. Pero no quisiera desviarme de mi propósito inicial. El 27 de mayo comenzó el periodo de diez días de luto nacional para recordar y de algún modo reconocer y honrar la memoria de nuestros muertos a causa del coronavirus. No sé ustedes pero hasta donde yo sé y siento el duelo nos conduce a todos hacia nosotros mismos, no exige sino que provoca en todos un viaje a nuestro interior, nos resitúa. El duelo es el tiempo que requiere el dolor y la tristeza para poder reconstruirnos, recomponernos sabiendo que saldremos diferentes de como éramos cuando entramos en él. No imagino el duelo sin serenidad ni silencio, así ha sido al menos en mi vida. Tal vez esta manera mía de verlo sea minoritaria pero la verdad, no lo creo, de ahí la vergüenza que me produjo escuchar a algunos de nuestros diputados el mismo día en que comenzaba el duelo volverse a tirar los trastos a la cabeza, intercambiando todo tipo de calificativos, alimentado la que ya se ha convertido en una lamentable costumbre: rebajar y rebajar el requerido nivel de dialéctica, argumentación y educación de cualquier representante político que se precie. Y no es que me sorprenda -lo raro hubiera sido que hubiesen sido capaces de estar a la altura-, es que añade más dolor al que ya acumulamos por la pérdida de tantas personas, al tener la sensación de que no nos merecemos estar ni sus manos ni en sus bocas. H *Universidad de Zaragoza