El número de movilizaciones en la calle ha descendido un 15% en el último año en España. Esta es la conclusión de un estudio que publicó José Manuel Abad en el diario digital el País del 15 de abril y que toma como fuente los permisos solicitados en las Delegaciones de Gobierno y la Generalitat de Catalunya y Gobierno Vasco. http://politica.elpais.com/politica/2017/04/14/actualidad/1492185621_871646.html

Es curioso saber que, según este mapa, los navarros y los turolosenses son los que más han protestado en el 2016 (tomando el porcentaje de protestas por cada 100.00 habitantes...) y los que menos, los tinerfeños. Que hay provincias, como por ejemplo Valladolid, en la que se informaron a la Delegación de Gobierno de un 504% más de protestas más que el año anterior. Pero, siempre según este artículo, 41 territorios se quedaron por debajo de su media de los últimos años.

Aunque este estudio tiene poca consistencia estadística, ya que ni siquiera tiene en consideración si se celebraron o no las manifestaciones ni cuántas personas asistieron, sí que da una idea de la situación del inconformismo en España en estos momentos.

Desde 2013, fecha en la que se dispararon exponencialmente las protestas en la calle, sobre todo, debido a la situación social y la crisis, lo cierto es que ha habido una disminución de las protestas en la calle. Sin embargo, no sería justo mencionar algunas excepciones de movilización, que ha ocurrido últimamente en Aragón, como la manifestación a favor de la escuela concertada hace algunas semanas movilizó en Zaragoza a más de 30.000 personas. Este sería otra deriva del artículo, qué es lo que hoy moviliza a la gente a salir a la calle y por qué hay cuestiones que antes considerábamos esenciales y que hoy no provocan que levantemos «el culo del sofá».

Los sociólogos constatan que «la gente se cansa de protestar». Después de un clico de movilización, llega un periodo de desmotivación y hartazgo en la sociedad. Algunos de los que se unieron a las protestas en el 2013 consideran que, tras las movilizaciones del 15-M en las que la ciudadanía se echó a la calle y acampó en las plazas, ahora les toca a los nuevos partidos que surgieron de ese movimiento defender y protestar por las «injusticias» del sistema. Piensan que deben ser ellos los que tomen el testigo y defiendan a los ciudadanos por los cauces de la política.

Ese es precisamente el argumento del que se han alimentado los ideólogos del cambio, embebidos de la teoría política de manual. Seguidores de ideólogos como Ackermann, creen que las «revoluciones», los movimientos populares son necesarios para despertar las conciencias y para entregar a los «elegidos del pueblo» su voz para cambiar el status quo de las oligarquías y el poder de las castas.

Hace unos meses, en un encuentro organizado por la Fundación Ernest Lluch en CaixaForum Zaragoza, Íñigo Errejón, todavía gran promesa de Podemos, justificaba que la dicotomía entre «élite» y «pueblo» se resolvía con la acción de este último para cambiar las cosas. Que «los de abajo» necesitaban de la protesta en la calle para justificar los cambios.

En su relato me llamó la atención el reconocimiento explícito de que no todas las promesas que se dan luego son de obligado cumplimiento, esas promesas incumplidas son justificables para generar ilusión, como motor de esperanza y para alimentar el movimiento de cambio...

Es precisamente la falacia de que todo es posible lo que causa decepción y hartazgo en la sociedad. En estos momentos de incertidumbre no se puede agitar y jugar con la sensibilidad y los sentimientos de una sociedad que, tras una crisis mundial y con el mundo hacia una deriva sin horizonte visible, quiere certidumbres y realidades. Por eso mismo, no se puede jugar con la esperanza de la gente.

Es preciso manifestarse, protestar, hacerse oír, sobre todo para existir. Es cierto, las manifestaciones han dejado la calle para instalarse en «las redes», donde se puede protestar con un click y cómodamente desde el sofá. En las calzadas de nuestras ciudades hemos sustituido las marchas por resplandecientes autobuses con mensajes y estrategias tan vistosas como absurdas (pero efectivas), como la que puso en marcha la Plataforma Hazte Oír o ahora Podemos. H *Periodista