La última ocurrencia de Esquerra Republicana de Cataluña ha estado a la altura habitual de las boutades a las que nos van teniendo acostumbrados estos botarates. Su portavoz adjunto en el Parlamento español pidió el pasado jueves la reforma del artículo 8º de la Constitución porque da poder al Ejército para invadir Cataluña si decide independizarse. El ministro del ramo, José Bono, hijo confeso de falangista, le contestó que a él sí que le gustaba el texto y que no pensaba promover su modificación.

La pata de banco del portavoz adjunto sólo ha merecido pequeños titulares y espacios en los medios de comunicación, que tienen normalmente cosas más serias en las que ocuparse. De hecho, salvo cuatro scamots iluminados, todos los españoles sentimos bastante vergüenza ajena ante la actitud de este grupúsculo cuya mayor gloria fue, seguramente, ayudar activamente a cargarse la II República cuando él mismo se declaraba --y declara-- republicano. Y que, por cierto, dice apoyar hoy al PSOE.

Buenos socios, sí señor. De ahí han salido algunos de los políticos más delirantes de la transición: el xenófobo Barrera, la verborréica Rahola, el que rogaba a los etarras que atentaran fuera de Cataluña, Carod Rovira, o Tardá, la gloria nacionalista que acaba de unirse a esta selecta nómina de mentecatos. Con gentes como estas estamos construyendo la España plural del presidente Zapatero. Con estos socios que no dan puntada sin hilo y se apuntan a la provocación permanente. Aviados vamos.

*Periodista