L as elecciones del próximo mes de mayo confirmarán la definitiva defunción del bipartidismo o, por el contrario, permitirán averiguar si la renovación en las direcciones de PP y PSOE ha servido para que ambas formaciones recuperen aire después de cuatro años en los que han atravesado su peor momento en las últimas tres décadas.

No solo eso. Suponen también una prueba de fuego para los otros (ya no tan nuevos) grandes partidos, aunque por motivos diferentes. Para Podemos la cita es crítica porque llega muy debilitado respecto a su fulgurante aparición en las Europeas de 2015. Muy por detrás del PSOE en la pugna por liderar la izquierda (así lo dicen las encuestas), y con serias dificultades para renovar los gobiernos que obtuvieron mediante las confluencias en grandes ciudades como Madrid, Barcelona o Zaragoza, afronta un compromiso crucial que determinará si se convierte en un convidado de piedra o si se consolida como alternativa seria a los socialistas. En el caso de Ciudadanos la duda es si serán capaces de plasmar su masiva presencia mediática en votos, y si estos les permitirán dar el salto de calidad que supondría obtener alcaldías destacadas o incluso algún gobierno autonómico fruto de posibles pactos con el PP, aunque esto último parece poco menos que imposible.

En los partidos mayoritarios hay cierta confianza en que se puede revertir una tendencia que no hace mucho anunciaba un posible sorpasso tanto a la derecha como a la izquierda del espectro político. El rejuvenecimiento en las caras (que no en las estructuras territoriales, que siguen ancladas en el pasado) se ha traducido en la mejora de sus expectativas, pero tanto PP como PSOE se enfrentan a una amenaza que, de momento, no han logrado combatir con éxito, y es que sus bases de votantes han envejecido y no parecen ser capaces de ilusionar a un electorado joven que se decanta mayoritariamente por los nuevos partidos. Podemos y Ciudadanos arrasaban en los sondeos anteriores al cambio de gobierno entre el electorado menor de 45 años con porcentajes de intención de voto que superaban en más de veinte puntos a la suma de PP y PSOE. Incluso en la franja de electores de entre 45 y 54 años era Ciudadanos quien alcanzaba las mejores expectativas, muy por delante del PSOE.

En todo caso tanto socialistas como populares harían bien en no confiarlo todo al tirón de sus nuevos líderes. Hasta ahora ambos partidos contaban con suelos de varios millones de electores, unos en la derecha y los otros en la izquierda, que hacían que la competencia electoral se resolviese según cuál de las dos formaciones se mostrase más capaz de movilizar al electorado de centro. Según el teorema del votante mediano, en un sistema bipartidista la clave para ganar unas elecciones radica en ello, puesto que la mayor parte de los ciudadanos se autoubica normalmente en torno al centro ideológico. Sin embargo, la aparición de dos nuevos poderosos contendientes, uno a la izquierda y otro a la derecha, ha alterado radicalmente la escena porque las bases electorales de los partidos mayoritarios tradicionales se han visto de repente considerablemente reducidas. De ahí el esfuerzo del PSOE por recuperar sus señas como partido de la izquierda e, igualmente, la pugna actual entre Ciudadanos y PP por ver qué formación se identifica con los valores más conservadores.

En este escenario, parece que el PSOE cuenta con mejores expectativas. Tras la gravísima crisis de 2017 y la amenaza de Podemos, los sondeos del CIS anuncian la recuperación de parte de su base electoral gracias, sobre todo, a la hábil maniobra de Pedro Sánchez para hacerse con el gobierno de la nación, lo que puede volver a convertir a los socialistas en la mejor opción para el votante mediano. Mientras, en la franja ideológica de la derecha parece haberse establecido una frenética carrera por ver quién encarna mejor los valores de la españolidad y la defensa de la unidad nacional, algo que va a conducir a muchos votantes de centro hacía el partido en el gobierno, el mejor refugio para los electores más moderados.

Lo que sin duda está claro es que todavía quedan muchos frentes abiertos que, sin duda, alterarán la situación actual. La forma en que que se resuelva o continúe la crisis del soberanismo en Cataluña, la evolución del desempleo, así como la confirmación o no de la recuperación económica, determinarán el reparto de fuerzas en la izquierda y el papel que le corresponde al centro-derecha español. Solo una cosa parece segura: las elecciones de mayo son un episodio más de este apasionante serial en el que se ha convertido la reestructuración del sistema de partidos en España. Quizás con los resultados de entonces podamos hacernos una idea más clara de por dónde van a transcurrir los próximos años.

*Licenciado en Historia Contemporánea