La determinación de Alfredo Pérez Rubalcaba de liderar el PSOE hasta las puertas de las siguientes elecciones está impidiendo la necesaria renovación interna del partido que exige el electorado de izquierdas y que, como consecuencia, está siendo expulsado hacia otras fuerzas minoritarias, con escasas posibilidades de gobernar, pero con una línea social más clara. Si el varapalo socialista de las elecciones anteriores reflejó de modo tajante el castigo al gobierno por no haber sido capaz de prever la crisis para atenuar, en unos casos, y prevenir, en otros, sus efectos; la pérdida progresiva de apoyo al proyecto socialista que reflejan las encuestas pasado el ecuador de esta legislatura, a pesar de la vuelta al pasado que el PP está materializando con reformas en la Sanidad, la Educación o en los derechos sociales, pone de manifiesto la desconfianza cada vez más acusada en una dirección socialista que sigue encarnando en primera persona los errores cometidos en el pasado. Posponer aun más la renovación, además de prolongar innecesariamente el desangrado del partido, va a impedir que el futuro candidato, sea quien sea, se presente ante los españoles sin el rodaje necesario en la oposición que le acredite como alternativa real al actual gobierno, lo que además de debilitar a los socialistas ha comenzado a dar oxígeno ya a los populares. Y por si todo eso no fuera suficiente para reducir sus aspiraciones, el incendio que puede declararse el próximo verano en el PSOE al concurrir a las elecciones europeas sin haber encarnado aún el mea culpa, puede convertir las primarias abiertas en una prueba de fuego que obligue al partido a resurgir cual Ave Fénix de sus cenizas.

Periodista y profesor